-¿Lentes de sol?
-Listos.
-¿Bloqueador solar?
-Ajám.
-¿Cargador del móvil? ¿Billetera? ¿Auriculares? ¿Almohada para el cuello?
-Sí, sí, sí... y sí-río con ganas mientras niego con la cabeza firmemente. Diego es un paranoico de lo peor-. No soy un niño.
-Sólo no quiero que te falte nada-me dice, haciendo un puchero con los labios mientras sigue caminando a mi lado, encargándose él mismo de mi equipaje de mano aunque le pedí que no lo hiciera mientras nos dirigimos a mi zona de vuelo-, será una semana larga.
-Estaré bien, lo prometo. Ni mamá está tan preocupada por ello. Sé cuidarme solo, bonito.
-Bien-suspira, deteniéndonos en una fila cortísima que avanzaba con lentitud esperando abordar el avión. Hemos llegado un poco tarde, así que apenas alcancé a tomar mi vuelo correspondiente-. ¿Me llamarás?
Diego me mira con esos ojos que solo me ponen a pensar y logran preocuparme. Ha estado así desde que le conté que iría a grabar a Huatulco el final de la novela que se había retasado. En un principio, él se emocionó por mí, me felicitó por llegar al final de mi primer proyecto largo. Hasta que esa misma mañana nos encontramos con Emilio y toda la nube de felicitaciones se disipó en un ambiente por demás fastidioso. Tenía la sensación de que Diego se sentía inseguro con todo este asunto de tener un viaje con Emilio mientras él se quedaba en casa, pasando la semana preguntándose minuto a minuto si mis sentimientos por él volvían, por mucho que negara este hecho.
-Cada noche-le aseguro, sonriéndole alegremente en busca de tranquilizarle. La tensión en los hombros de mi novio pareció aligerarse y me sonrió de vuelta con una mirada culpable, pidiendo disculpas con la intensidad de sus ojos verdes aceituna sobre mí.
›Demasiado brillantes para ser de un simple verde y demasiado vibrantes para ser reales‹, miro el libro entre mis manos y sonrío por el juego en el que mi mente se involucra por sí mismo, recitando una de mis frases favoritas de Love You. Mismo libro que leí de cabo a rabo una y otra vez después de que miré a Emilio tomarlo en la biblioteca y descubrí que gustaba de las novelas juveniles.
La fila está por terminar, dos o tres sujetos enfrente mío son revisados de último minuto antes de permitirles el paso, así que Diego aprovecha el tiempo que me queda con los pies en Tierra y vuelve a hablarme.
-¿Debo hacer algo para conseguir un beso de despedida o algo así?
Vuelvo a reír, inclinándome un poco en puntillas para alcanzar a darle el beso que me pide. Diego sólo se digna a responder y suspira dentro de mi boca, provocando más risas por la sensación.
-Debo irme.
-Lo sé, suerte-me responde con un sonido de queja, despidiéndose con la mano cuando entro por la división del aeropuerto y el pasillo sobrepuesto que nos dirige a la entrada del avión-. ¡Te quiero!
Alcanzo a oír, pero no logro responderle porque la gente sigue avanzando y no puedo devolverme a decirle lo mismo, así que continuo el camino marcado junto con el grupo de personas que tomarán el vuelo. Cuando llego a mi asiento, coloco mi maleta en el apartado especial para ello. Pero el peso de ella me hace tambalear porque estoy de puntillas. No intento hacer nada para evitar que caiga de golpe, pero esta tampoco cae. Atrás de mí, Emilio se asegura de que eso no suceda.
-Deberías tener más cuidado con eso-me dice, sonriendo con todos los dientes mientras sus ojos achocolatodos se entrecierran-, podrías golpear a alguien en la cabeza. Déjame ayudarte.
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IMPOSSIBLE, emiliaco.
Hayran KurguJoaquín se ha enamorado de Aristóteles Córcega, ¿el problema?: es que él no existe. Y Emilio está ahí para recordárselo.