Capítulo Cinco.

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“Los payasos no divierten a todos”.

— ¿Pretendes dormir así?

Juro que pensé que estaba dormido.

Cuando me saqué los jeans y la camiseta de The Smiths, habría jurado que Louis estaba profundamente dormido. Pero ahora, con unos bóxers azul marino y disponiéndome a cobijarme bajo mi edredón, era bastante claro que había estado espiándome. Aunque… al contar con la escasa luz de una bombilla a punto de quemarse, no creo que pudiese ver mucho.

Sí, ¿acaso supone una tentación demasiado grande?

— ¿Para quién? ¿Los mosquitos? —Preguntó, sarcástico, acomodándose para mirarme bien—. Sólo digo… que podrías resfriarte.

—Claro, lo tomaré como que quieres acurrucarte conmigo.

—Harold Rousseau proyectando sus necesidades desde tiempos remotos.

Reí por lo bajo y salté bajo las sábanas, encontrando una pizca de calidez bajo el grueso manto de algodón. Enfoqué mi vista en lo que apenas se podía ver del techo de la habitación y tras unos minutos de escuchar suspiros y quejidos por parte del maricón, no podía encontrar comodidad alguna.

— ¿¡Siempre eres así de ruidoso!? —exclamé. Louis carraspeó y soltó otro quejido.

— ¿Qué…?

—Cierra la boca.

—Hombre, estoy durmiendo.

—Parece que te estuvieras haciendo la paja, así que cállate.

Dicho esto, oí las sábanas removerse y luego la paz retornó en la habitación por… al menos dos segundos, antes de volver a oír los quejidos y sollozos provenientes de la cama no tan lejana.

Y… sí, debía acostumbrarme.

Me giré hacia la pared en la que se apoyaba mi cama y logré conciliar el sueño, al menos por un rato.

~

Vale, luego de la experiencia tormentosa que había sido dormir cerca de Louis, su voz por las mañanas era la cosa más graciosa que había oído en toda mi vida.

Era el mismo timbre agudo y debilucho, con la presencia de una ronquera causada por no haber hablado en unas cuantas horas.

Y oírle quejándose de no tener lavabos en la habitación, y cuánto le molestaba tener que bajar para poder cepillarse o ducharse, era muchísimo más divertido que verlo intentando forzosamente cubrirse en las duchas, cuyos cubículos estaban separados por paredes de vidrio difuminado.

¿Qué era lo incómodo en tener a un montón de maricones mirándote el pene?

Ajá, nada incómodo.

Éste día estaba mucho más helado que el anterior, así que me enfundé unos jeans y un suéter de lana gris. Louis, sin embargo, prefirió vestirse con unos skin jeans y una playera negra.

Qué mierda, es 31 de agosto, y estamos en Suiza.

— ¿Quién se va a resfriar ahora? —pregunté, deteniéndole de salir huyendo.

—No lo sé —murmuró, y giré sobre sus talones.

— ¡Eh, Louis!

— ¿Sí?

—Nunca me mostraste la versión final de De Jades y Regalices de Cianuro —dije, avanzando hasta alcanzarle el paso.

—Lo sé… Es que…—por un momento, volví a mirarle bien, por inercia. Y luego aparté la vista rápidamente—. Oye, ¿por qué nunca me sostienes la mirada?

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora