Capítulo Veintiuno.

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Stella, ¿me llevarías a casa?

― ¿Qué? Venga, Edward. No quiero ir ahí dentro. Además, ya es tarde, y deberíamos volver con nuestros padres. ―Joseph balbuceó, en una frecuencia poco entendible entre los bostezos y haciéndose para atrás mientras Ed le arrastraba hacia El Recorrido del Terror.

"Vamos, Ed" "Sí, Ed" "Eres un genio, Ed" ¿Por qué no puedo escuchar cosas como esas? ―preguntó el pelirrojo, más bien para sí mismo. Y Joseph no quiso responder, optando por la madurez del silencio. Una sonrisa animada se dibujó en los labios del pecoso, mientras tendía los tickets de entrada al sujeto de la entrada.

Joseph se aclaró la voz sin querer, recuperando la compostura e irguiendo la espalda. Edward señaló los telones negros con la cabeza, que caían macabros, sin dejar ver un solo atisbo de lo que se encontraba tras ellos, y el hombre de la Luna, apresuró el paso, seguro de que si no entraba en ese mismo instante, no lo haría nunca. Y si no lo hacía nunca, Ed no le dejaría en paz hasta que lo hiciera.

(...)

―Un payaso asesino, ¿¡en serio!? ¿¡Es lo mejor que tienes, Freak Show!? ¡Tú y tu narizota no me asustan! ―gritó el pelirrojo. En cada estación les esperaba un monstruo más patético, y Ed sentía pena ajena por el dueño de la atracción, puesto que nada de lo que veía era capaz de erizarle los vellos. Volvió a sentarse en el vagón de tren que les llevaba por los confines del circo de fenómenos abandonado, y se acomodó frente a Joseph.

―Apuesto a que si Harry estuviese aquí, ensuciaría sus pantalones. ―acotó el albino, apoyando los codos sobre sus rodillas―. Por cierto... No tuve la oportunidad de preguntarte... ¿Cómo es que terminaste besando a Harry?

―Ah, te diré... Verás... Fue algo así: Cuando llegué al campamento, saludé a Harry, pero me ignoró. Así que pensé que estaba enojado conmigo, por lo que no le hablé más. Pero un día comenzó a mirarme y a mirarme, y me dije "Bueno, tal vez ya está bien. Vamos a hablarle", y, pues, Harry estaba coqueto, le seguí el juego, y no sé, entre esas, nos besamos.

―Ah... ―Joseph asintió, pero en sus ojos se reflejaba una fría desaprobación. Carecía de ser homofóbico, pero se mantenía alejado de la mayoría de las conversaciones que trataran al respecto. La mayoría―. ¿Y te gustó?

―Fue como besar mi puño o algo así.

―Uhm. ―El rubio desvió la mirada hacia la demoníaca mujer que se decapitaba al rasurarse la barba, y respiró fuerte―: Creo que es porque sólo son amigos.

―Sólo hay una manera de averiguarlo. ―dedujo Edward, con esa divertida mirada atolondrada en sus ojos, mientras pasaban tras bambalinas del escenario―. Bueno, no. Unas cuantas. Podríamos ir a una plaza, y hacer encuestas. Necesitamos sombreros, gafas de sol, smokings... Globos aerostáticos, un Zeppelín, un programa de televisión, goma esp-

―Edward, ve al punto. ―exigió Joseph.

―Deberíamos besarnos.

Joseph estaba adiestrado para mirar, siempre, más allá de lo que se ve. A través de cada una de las palabras que alguien le decía. Y sólo entonces se dejaba reaccionar, considerar cómo le hacían sentir. Pero lejos del sentido filosófico, en su mente, sus sentimientos eran una ecuación de mecánica. Lo que haría era igual a: sus sentimientos, por sus antecedentes con Edward, entre la razón por la que el despistado pelirrojo quería hacer tal cosa.

Debía calcular el valor de la última de las variables.

― ¿Por qué?

―Quiero ver si puedo hacer que te sonrojes. Como... ya sabes, antes. ―confesó Ed, con una risita infantil. Joseph estaba sorprendido de lo despreocupado y relajado que había sonado el más alto. Y recordó que él, también había estudiado toda su vida, para permanecer en calma y no dejar que las preocupaciones le turbaran, con todo el Hakuna Matata incluido.

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora