Capítulo Veinticuatro.

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Capítulo Veinticuatro.

Frío.
Antoine tenía cuatro días quedándose con Benjamín. Y, joder, no sentía frío. Incluso cuando fuera de la hermosa casa acogedora se desatara un invierno blanco en la ciudad de Ginebra.
No tenía noción del tiempo, sólo sabía que aún no era de noche. Estaba acostado, desnudo entre las sábanas verdes de la cama del escritor, cuando éste depositó un beso en lo alto de sus mejillas y se levantó.

— ¿A dónde vas? —Preguntó. Sólo Antoine podía decir una línea de novia sobre-protectora y sonar como un sargento.
—A ducharme. —respondió. En sus labios se dibujó una sonrisa tierna—. ¿Quieres venir?

Antoine lo consideró por un momento. Ducharse junto a Benjamín era magnífico, pero realmente no quería levantarse de la cama en ése momento. Tampoco es que pudiese caminar demasiado bien. Había llegado más lejos de lo que nunca pensó que llegaría, había disfrutado el viaje y no quería regresar al oscuro lugar de la abstinencia.

—No, te esperaré aquí. —contestó. Benjamín hizo un leve puchero, dejó un beso en el labio superior de Antoine, y se encaminó hacia el baño.

Rousseau rodó hacia la orilla de la cama, y fijó su vista en el techo. ¿Qué clase de sentimiento era ese? Su corazón galopaba en su pecho, y podía sentir su sangre golpear contra su cuello, sus antebrazos, su cabeza. Sin embargo, sentía un silencio pacífico en su cabeza, sin voces que le atormentaran. Estaba bien, estaba feliz.
Interrumpiendo su paz interior, un pitido resonó a su lado. Abrió los ojos y buscó con la mirada lo que sea que fuese que había causado el sonido, así, vio el teléfono de Benjamín reposando en el buró junto a la cama. ¿Sería correcto...?
Antoine había compartido la historia de su vida con él, así que no estaría mal revisar su bandeja de entrada para ver un mensaje.

"En St. Lennon a las 8:00 p.m. Estoy loco por verte, xx". 

Sólo entonces reparó a ver el nombre de la persona que enviaba el mensaje, "Pastelito". Y recordó el sentimiento que le embriagaba cuando veía al Sr. Bernard, su mayordomo de la infancia, hablar con su esposa. Le quedaba pequeño a lo que sentía ahora.
Suspiró, debía calmarse. Recordar lo que las miles clases de filosofía que había estudiado le habían enseñado. Debía entender sus sentimientos antes de dejarlos fluir. En cinco segundos de completo silencio analizó los sentimientos que le invadían:
Celos.
Vergüenza.
Ira.
Decepción.
Rencor.
Y algo más que no supo cómo describir, pero que le hacía querer golpear a Benjamín usando el esqueleto del Pastelito.

Estaba celoso, claro que sí. Y tenía derecho a estarlo. Había llegado a ver a Benjamín como suyo, se había encariñado con el pelinegro, habían sido sólo ellos dos por cuatro días consecutivos. Y habían tenido un tiempo genial. No podía venir cualquier Pastelito a arruinarle aquello.
Sentía vergüenza, ¿y cómo no? Había sido un idiota. Había creído que como Benjamín era lindo y dulce no era un infiel mentiroso como todos los humanos que conocía. Se había dejado joder por un hombre, convencido de que sería el único, y no había pensado, había sido un estúpido.
Estaba iracundo. Estaba temblando de rabia. Podía tomar a Benjamín y golpearlo hasta que un líquido rojo manchara sus cuerpos. No quería detenerse hasta que el tipo le suplicara que dejara de lastimarle. Quería condenarlo para siempre.
Decepción... Tenía al escritor en un altar. Como un niño bueno, como un pequeño ángel que escapó del cielo. Como alguien en quien podía confiar ciegamente. Alguien a quien le podía entregar la virginidad de su maldito trasero. Había olvidado que era como todos los demás humanos, un pecador, un idiota.
Rencor, puesto que jamás podría olvidar aquel fallo. Si antes odiaba a los homosexuales, ahora tenía razones más definidas para hacerlo. Estaba decidido a desbaratar cualquier unión que le recordara a esta. Sólo... no toleraría jamás ver a un hombre amar a otro, o desearlo de la manera que él había deseado a Benjamín. Era inconcebible.
Y el otro sentimiento, ja, aquel explotaría en el momento que viera entrar al pelinegro.

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora