Capítulo Trece.

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Capítulo Trece.

“Antes del arcoíris, siempre hay una tormenta”.

Suele pasar que, a vista de una pequeña mejoría en cuanto a algo, la euforia nos carcome. Y exageramos. Tendemos a pensar que estamos disfrutando del más hermoso de los arcoíris, luego de una dura tormenta eléctrica, y la realidad es que apenas estamos divisando el primer rayo de luz.

Para llegar al arcoíris, debe terminar la tormenta.

Y en el peor de los casos, ése arcoíris nunca brilla para la persona que más lo estaba esperando. Nunca lo percibe, nunca lo nota, porque se ha quedado enfrascada, lamentándose de cuán ardua es la tormenta, sin percatarse de que ya ha terminado.

Para Alexandria, los arcoíris metafóricos eran una simple utopía. Ella sabía, que por más que llegase a divisar una mota de felicidad, siempre lo destrozaría todo a la primera demostración de personalidad.

Y por ello, había aprendido a amar las tormentas.

La noche de los hipócritas, como había sido anteriormente llamada, podría considerarse como la noche en la que se da paso realmente a lo verdadero. Podría considerarse la primera gota que cae, en la frente de aquel muchacho que caminaba hacia su casa en pleno crepúsculo, aquella que avisa que se avecina una tormenta. Y por ello, no hay que dejarle pasar por alto así como así.

Y es que, sin exponer todos los sucesos por completo, ¿de qué le serviría al Dios de esta historia, tener la habilidad de saber todo?

Moira detuvo el auto en el aparcamiento boscoso de la mansión Rousseau, quejándose internamente. Puesto que no deseaba nada más que llegar a su casa, darse una buena ducha tibia y luego lanzarse al sillón, a comer galletitas de avena. Sin embargo, ahí estaba, dejando a una adolescente de quince años frente a la puerta de su casa, y caminando directamente hacia aquel trabajo que le encadenaba.

Ella sabía que ése trabajo, al igual que esa cita, habían sido elección propia. Pero, eso era mucho antes de haber sabido que el joven Rousseau tenía sólo 18 años —cosa que Alexia se encargó de remarcarle, minutos atrás— y que pasaría el resto de su año soportando las quejas y desprecios de una niñita malcriada.

Mientras la pelirroja seguía quejándose internamente, Alexia entregó las llaves del auto a Karel, y regresó a escabullirse de vuelta a la mansión. Dejando a Moira, de nuevo, sola.

Una vez arriba, tras haber subido los hermosos escalones de madera que se apreciaban apenas entraban, la menor de los Rousseau entró a su recámara, sin cuidado de hacer ruido, y tropezando torpemente con el buró de la cama de Lola.

Para su sorpresa, la morena apenas se removió en su lugar y continuó durmiendo, con los ojos extraña y espeluznantemente entreabiertos. Sí, espeluznante, por lo que Alexia sólo volvió su vista hacia su aposento, escuchando las gruesas gotas de agua golpear contra el techo, y se lanzó en su cama, para intentar así, conciliar el sueño.

—Harry… ¡Harry!

— Hm… ¿Qué te pasa? Estaba durmiendo…

— ¿Está lloviendo?

El rizado detuvo su respiración, para escuchar mejor los sonidos de la naturaleza, y más allá del viento golpeando la madera y las hojas, sí, se escuchaba una suave y perenne lluvia.

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora