Capítulo Cuatro.

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AVISO RUTINARIO.

Tuve una pequeña idea hace poco. Como me gusta agregarle soundtrack a los capítulos, colocaré cada vez que se deba escuchar la canción. Así tendrá más sentido.

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  “Más hermanos”. 

No había comenzado mal. Pero tampoco bien.

No estaba tan mal, porque el día era hermoso.  Sí, tal vez yo parecía un idiota de esos que no tienen sensibilidad para nada, y que ven al mundo como el lugar en el que habitan y ya. Pero no, yo sí que tenía un poco de sensibilidad a los paisajes. O cualquier cosa que fuera hermosa. Y, las montañas fundidas a lo lejos con una neblina escasa y el Sol brillante, reflejándose contra el precioso lago, era un paisaje digno de preservar.

Pero, no había comenzado bien, porque estaba en el Campamento. Sonaré como un crío en negación, pero tenía la esperanza de que en cualquier minuto, papá llegara y me dijera “Estoy bromeando, Harold. No tienes que quedarte”. Pero Antoine Rousseau no bromea. Eso me hacía saber que todo esto era real, y que tenía que enfrentarlo.

Paula no estaba tan mal. Podía coexistir con ella. Hasta lo que había visto en el transcurso de la noche, cuando volvimos a la habitación, lo poco de la madrugada que me mantuve despierto y en lo que iba de día, era una chica agradable. Tal vez estaba un poco obsesionada con el anime y el j-rock. Pero, aun así, agradable.

Se había encargado de despertarme, dándole una patada a mi cama. Nos separamos para ir a las duchas. Similares a las de instituto, se encontraban fuera de la mansión, pero aún en nuestro terreno. Como dos puntos a cada lado de la casa. Después de un baño tibio, y enfundarme ropa fresca, Paula me esperó fuera de las duchas de chicos para que le llevara hasta el comedor.

Ella parecía tímida, hasta que tomaba un poco de confianza.

— ¿Tienes pareja? —me animé a preguntar, mientras entrábamos a la casa, hacia el comedor. Paula frunció sus oscuras cejas dibujadas, como quien no entiende la cosa—. No te estoy preguntando si tienes novio, me refiero a la tarea.

—Oh —Asintió enérgicamente—. Sí, conocí a éste chico… Niall, en la fogata que terminó en fiesta… Y sí, se ve interesante.

— ¿Ah, sí? —la pregunta fue más bien para incitarle a continuar hablando. Yo detestaba los silencios. Por eso casi nunca me quedaba callado. Pero Paula me ignoró, lo que me llevó a pensar que a ella tal vez sí le gustaban los silencios.

Entramos al comedor rápidamente, y casi de inmediato, le oí contener la respiración.

Vale, si era la primera vez que veía la sala, podría resultarle impresionante. La decoración gritaba historia. Cada cuadro, pintura o retrato denotaba una situación diferente, cada hendidura en la madera del piso te dejaba ver un aproximado de las personas que le habían pisado, los matices sepia de toda la habitación te susurraban al oído la vida después de la muerte de cada uno de los Rousseau.

El comedor era más largo que ancho, abarcaba una amplia extensión, por la singular mesa de cuarenta espacios. Estaba hecha especialmente para que todos pudiéramos sentarnos a comer. De madera, también, era la única cosa en la estancia que te dejaba ver que estabas en el siglo XXI y no atrapado en la época barroca.

Me detuve un segundo a observar el último retrato en la cronología.

Algo que no podía negar de mi padre, era su elegancia. Antoine tenía el porte de un rey. De alguien severo, y noble. De un hombre que no da el brazo a torcer fácilmente, pero si se estuviese amenazando a alguno de sus hijos, besaría el zapato del ser más vil del universo. Sus ojos grises, plasmados sobre el lienzo, me miraron de vuelta, y la mirada vacía fue tan idéntica a la suya, que me erizó los vellos de la nuca.

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora