XXIII (t2)

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No sé qué humos tenía ni nada de nada porque ayer no hablamos, como dije antes, nada.

La verdad es que sí que estaba un poco molesta por su actitud. Yo puedo entender su situación pero joder, que soy tu prometida.

Me había levantado hoy de mala hostia, para serles sinceros, y no tenía ganas de hablar con nadie ni de nada con nadie.

- Dalia, yo... - empezaba a decir Marco mientras entraba por la cocina.

- No no, tranquilo - dije intentando quitarle hierro al asunto -. Está bien. Te entiendo. Querías ganar un partido y o lo conseguiste, te entiendo. Aunque yo cuando no consigo nada no paso de mi prometido ni le hago el vacío.

Él no decía nada, pareciera que se quedó sin palabras.

- ¿Te comió la lengua el gato? - le digo mirándolo a los ojos mientras le doy su vaso con jugo de naranja recién hecho.

- Lo siento Dalia, de verdad. Te juro que yo no quería pero es que no sé qué me pasó ayer, estaba muy frustrado y... Joder Dalia de verdad. Lo siento.

- Da igual Marco. Me tengo que ir, tengo que decorar una casa y voy tarde.

- ¿A dónde vas tan temprano? - dijo mirando el reloj de la cocina - Sólo son las...

- Sí, ya sé que son casi las siete de la mañana. ¡Adiós! - dije interrumpiéndole y cogiendo mis cosas. Me iba y no pensaba volver hasta la noche por lo menos.

En realidad, eso de que me iba a trabajar sí era cierto. Había quedado con el dueño de un ático bastante amplio situado por el centro de Madrid, lo suficientemente lejos de Marco hoy. Sinceramente no me apetecía verle mucho, tal vez era por él que estaba así.

Había quedado con el señor... El señor... El señor Ortiz a las ocho en Chamartín para luego ir a algunas tiendas de muebles que hay por las calles de los alrededores y ver los muebles que le iban gustando y bueno, más específicamente, su gusto en general.

— Hola, ¿es usted la señorita Ceballos? - me dijo un chico de unos preciosos ojos verdes.

— ¿El señor Ortiz?

— El mismo.

— Encantada. Y, por favor, no me trate de usted. Además, puede llamarme Dalia si lo prefiere.

— Y usted, perdón, y tú a mí Pablo.

Este chico es demasiado mono. Y parece muy simpático, creo que nos vamos a llevar demasiado bien.

Tras pasar toda la mañana con Pablo mirando muebles, decidimos que lo mejor es ir a comer juntos ya que él no tiene ganas de hacerse la comida en su casa y yo... Bueno no yo pienso volver a casa todavía. Aprovechamos también para conocernos un poco más pues los dos sabemos que nos hemos caído muy bien.

Llegamos al bar donde almorzaríamos tras cruzar tres calles. Según nos sentamos un camarero nos trae la carta y nos ponemos a debatir sobre qué es lo que está más bueno y lo que no para que, alrededor de los cinco minutos siguientes, volveriera el camarero a tomarnos la comanda.

— Y bueno, Pablo, cuéntame algo interesante, no sé - le dije para comenzar la conversación.

— Bueno pues no sé. Tengo 21 años y la casa que decorarás será mi primera casa, es decir, que me independizo con ella.

— ¿Y algo de tu vida personal? Soy muy chismosa, lo siento - dije riendo a lo que él se rió igual.

— Ah, mira, soy gay. He de decirte, y esto que quede entre nosotros, que tú prometido está muy pero que muy bueno.

— Menos cuando se pone de enteradito o cuando se enfada consigo mismo, de resto es un amor.

— ¿Problemas en el paraíso? - me decía un poco preocupado.

— No exactamente.

En ese instante nos traían la comida y justo me sonó el teléfono. Lo cogí y al mismo tiempo... ¡Pum! Toda la comida encima de mi nueva blusa blanca. Bien Dalia, eres la nueva super torpe, pensé.

— Joder... - maldije por lo bajo. Ahora tendré que ir a casa a cambiarme.

Cuando miro quien me llamaba y miro la de llamadas que me ha hecho y que ni me había dado cuenta, se lo cojo por pena.

— ¿Qué quieres?

Siempre fuiste tú.  ||  Marco Asensio. {Terminada}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora