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Hace ocho años, Temo y yo seguíamos juntos. Teníamos 17 años, éramos unos escuincles felices por creer que habíamos logrado encontrar el amor a tan temprana edad.

Cuando comenzamos nuestra relación, hubo muchos obstáculos, todos relacionados con la homofóbia. Poco a poco fuimos superando las cosas, al mismo tiempo, nuestra relación y amor crecía. Estábamos seguros de que éramos el uno para el otro. Nos hicimos un tatuaje, Temo me dio un anillo de promesa ¿qué podía salir mal? La distancia. La distancia acabó con nosotros.

Temo se fue a la Ciudad de México a estudiar, yo me quedé en Oaxaca. Al principio, hicimos todo para que funcionara. Todas las mañanas, quien se levantaba primero, mandaba el mensaje de "buenos días" y mientras nos preparábamos para comenzar con nuestros respectivos días, seguíamos con los mensajes. Después se entendía que el otro estaba haciendo sus actividades. Si alguno no contestaba, no había por qué enojarse ni mucho menos. En la noche, alcanzábamos a llamarnos o hacer video llamadas. Nos quedábamos de una a dos horas, hasta que uno se quedaba dormido. Por lo general, ese era Temo.

Él hacía visitas regulares a Papancho, Susana y las calcomanías y aprovechaba para verme. Pero a veces sentía que yo le robaba tiempo de calidad familiar. Él insistía que no era así.

Aunque sabía que debía de concentrarme en lo hermoso de estar juntos, no podían faltar algunas peleas sin sentido. Poco a poco, las cosas se comenzaron a complicar: alguna vez yo tuve una pequeña presentación en un bar de Oaxaca, Temo no llegó; otra vez, a una amiga de Yolo se le hizo gracioso contestar una llamada de Temo, no me creyó cuando le dije que la puse en su lugar y que yo no estaba jugando así con ella; Temo dejó de contestar en unos días, yo estaba muy preocupado por él, pero él dijo que los maestros lo estaban ahogando de trabajos y libros y discursos y no sé que más.

Las cosas seguían pasando y se estaban convirtiendo en una bola de nieve grande. Yo sabía que debía darle tiempo para que se adaptara a su nueva vida y Temo insistía en que era cuestión de echarle ganas a todo. No tardamos en descubrir que era más que eso y que, tal vez, era más grande que nuestro amor.

No recuerdo cual fue la gota que derramó el vaso. Pero recuerdo bien cómo sucedieron las cosas. Fue en una visita exprés de Temo. Habíamos quedado de ir a un bar con Yolo y unos amigos.

Llegando al lugar, comenzamos a tomar y divertirnos, todos, excepto Temo. Él decía que estaba cansado, su viaje hacía Oaxaca no había estado tranquilo y quería irse a descansar. Yo le dije que estaríamos un rato y luego nos íbamos, pareció estar de acuerdo.

Un amigo de Yolo se subió a un pequeño escenario que había en el bar y tomó el micrófono pidiendo silencio porque quería que yo me subiera a tocar un teclado que estaba ahí. Todos en el lugar aplaudieron y chiflaron mientras yo me negaba. Pero este güey se bajó y me tomó de la mano haciéndome caminar hacia el escenario. Me subí y canté Amor valiente; al principio, se la estaba dedicando a Temo quien pareció estar disfrutando el momento, pero después mi mente se dirigó a todos los que estaban escuchándome. En la última estrofa de la canción, alcancé a ver a Temo con los ojos llorosos, echándose un shot. Me preocupaba por él, su consumo de alcohol me sorprendía, aunque sabía que no era en exceso.

Bajé y le fui a dar un beso. Me lo respondió pero me sorprendió pues no eran los típicos besos de Temo. Había algo nuevo ¿enojo? Cuando nos separamos, le pregunté si le pasaba algo y me dijo que no, sólo quería salir de ahí. Entendí y tomé nuestras chamarras para salir del lugar, pero antes de salir, Yolo y su amigo nos interceptaron.

-Cousin, no me digas que ya se van ¡la fiesta a penas va empezando!

-Ahora no, Yolanda.- contestó Temo, no sabía por qué estaba tan enojado o disgustado de nuevo con ella.

-Tami, no seas aguafiestas, deja que tu novio se divierta por una noche.

-¡No soy aguafiestas! Y si Aristóteles quiere quedarse, que lo haga, tanto me da.- Dio la vuelta y salió. Me quedé unos segundos ahí, estaba en shock sin entender nada. El amigo de Yolo me sacó de mi trance.

-¡Ay guapo! Deja que se vaya, tu diviértete, la noche es joven y tú no haces esto muy seguido.- me dijo al oído. Me quité y salí para alcanzar a mi novio.

-¡Temo, Temo, Temo! ¡Espérame! Obvio voy contigo.

-¡Obvio vas conmigo! Porque hay algo que tengo que decirte.- Mi estómago presintió lo peor, pero no pude decir nada y él tampoco. Se le salió una lágrima que se limpió rápido, tomó aire y me dio la mano. Caminamos hacía la casa de Susana, en silencio. Llegamos y me soltó un beso, una mezcla de deseo y amor. Continúamos por varios minutos. Cuando nos separamos, puso un dedo en sus labios para que no hiciera ruido y nos escabullimos a su cuarto.

Era la primera vez que lo haríamos en su cuarto, obvio nos daba miedo ser atrapados por Pancho, así que siempre lo hacíamos en mi casa. Estar con él era lo más deseaba en ese momento, me hacía mucha falta su cuerpo sobre el mío, sus labios en mi piel, su olor, sus manos, él.

Después de nuestro momento, nos acostamos uno junto al otro. Él tomó mi mano, me dijo que no me quería soltar nunca y otra vez unas lágrimas salieron de sus ojos. Yo me di la vuelta y lo abracé, entendía que el poco alcohol estaba hablando y actuando por él. Le recordé nuestra promesa de estar juntos siempre, hice que sintiera mi anillo en la oscuridad y se calmó. Me dijo que me amaba, nos dimos las buenas noches y dormimos.

El corazón a veces se equivoca [Aristemo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora