11. El beso

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Subí las escaleras silenciosamente tratando de hacer el menor ruido posible. Avance por el pasillo a oscuras demasiado despacio, incluso más que en las escaleras. Vi la puerta al final del pasillo y me tensé enseguida cuando percibí luz por debajo de esta.

Dios mío, ¿que hacía aquí?, debería irme.

Antes de darme cuenta, estaba delante de la puerta. Abrí rápidamente y lo siguiente que vi me desconcertó un poco. Estaba todo a oscuras. ¿Como? Hace nada había luz.

Intenté buscar a alguna silueta a través de la oscuridad. Mis ojos se adaptaron a ella y logré ver a alguien en la cama apoyado contra la cabecera, de brazos cruzados. No me hacía falta ver más para saber quien era. Encendió la luz y cuando abrí los ojos vi esa sonrisa que tanto me gustaba en su rostro.

Aterrorizada, me giré pero escuché como el suelo sonó por las pisadas de Alejandro viviendo hacia mi. Cerró la puerta y me acorraló contra ella, —¿Hu-yendo?— preguntó y yo tragué grueso. Miré a su pecho, avergonzada, no me atrevía a mirarle a los ojos, —Mírame, Rachel— susurró y le hice caso. Levanté la cabeza y mis ojos conectaron con los suyos.

Negué y me apoyé contra la pared, tratando de que nuestros cuerpos no se rozasen nada, —Dame mi móvil— dije en un susurro y el rió. Esa risa tan ronca y sexy que causaba que mi cuerpo vibrase.

—¿Que móvil?— arrugó sus cejas. Se estaba haciendo el inocente.

—Mi móvil— informé y el hizo una cara de sorpresa.

—Ahhhh....— dijo fingiendo acordarse, —Tu móvil... si... ¿que pasa con tu móvil?— preguntó haciéndose el tonto.

—Que me des el móvil, me lo has quitado. Me has dejado una nota diciendo que lo tenías aquí arriba— le expliqué y el alzó una ceja bastante divertido.

—¿Yo? Creo que te has confundido de persona, yo no tengo ningún móvil. Es más, no me esperaba tu visita.

Sabía que está mintiendo.

—No estoy para juegos, dame el móvil— apreté mis puños, irritada por su juego.

—¿Juegos? Aquí la única que está jugando eres tú a ponerme celoso, Rachel— dijo en mi oreja y me estremecí al sentir su aliento cálido en mi oreja.

—Dame el móvil...— susurré intentando contener la poca paciencia que me quedaba.

—¿Un móvil? ¿Donde?— consultó y yo respiré hondo.

—Déjalo, vendré otro día— me giré tratando de abrir pero su mano estaba apoyada en la puerta, impidiéndome abrirla.

Cometí el grave error de girarme para volver a mirarlo. Mis hormonas pegaron un grito y mi pobre corazón latió desesperadamente.

No me había dado cuenta de que solo llevaba una toalla enrollada en su cintura. Las gotas se deslizaban por su perfecto cuerpo y su pelo estaba completamente negro. Los abdominales se le marcaban mucho más estando mojado y Dios, era tan perfecto. Di gracias a la virgen por crear a un dios griego.

Me quedé embobada mirándole y él se bajo la toalla, mostrando esa V que nunca había visto.

Era perfecto.

Sentí toda la sangre ir a mis mejillas. Mi cuerpo se calentó.

No sabia lo que estaba haciendo hasta que la mano de Alejandro me paró. Me sujetó firmemente de la muñeca y me empujó contra la puerta, acorralándome otra vez, —Así que quieres tocarme, ¿Huh?— murmuró y cogió mi mano, poniéndola en sus abdominales mojados. Mi dedo rozó su estómago y él se tensó enseguida. Llevó mi mano a su vientre y mi yema recorrió esa V que tenía. Sus músculos eran duros y definidos.

Recuérdame por siempre *EDITANDO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora