44. El suicida

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1 año después...

Alejandro

Aún duele.

Aún recuerdo su rostro con la misma perfección, sigo extrañándola, sigue ardiendo.

Ha pasado casi dos años, pero se siente como si hubiese sido ayer. Sigo llorando, recordándola, sufriendo. Sé que ella no quería esto, no querría que siguiese llorando todas las noches extrañándola, echándome la culpa.

Esa bala era para mi, no para ella.

Yo tendría que haber muerto, no Rachel.

Pero, ¿como superarlo y seguir con mi vida cuando en algunos momentos siento que ella no está muerta?

Miré la carta frente a mi, indeciso. Era lo único que tenia más cercano a ella, que tocó y escribió para mi. Tenía miedo de leer, de recordar. Miedo de que mi sufrimiento fuese aún mayor después de leer la carta. Varias veces tuve pensamientos suicidas, siempre pensé que era una persona fuerte, pero con esto no pude. La chica de la que me enamoré por primera vez, murió, fue arrebatada de mis brazos, sintiendo que mi vida no valía nada, que se arrastró junto a la de ella.

Suspiré alborotando mi pelo. Desvíe mi vista de la carta para ver las cuchillas a mi lado, el deseo de cogerlas invitándome a hacerlo y que el dolor terminase. Mi mente estaba quebrantada, mi vida estaba completamente sumida en la soledad. Me había distanciado de todo el mundo, de toda la gente de mi alrededor. Mis padres se preocupaban por mi, pero no les dejaba acercarse, ni hablar conmigo. ¿Valía la pena seguir viviendo?

—Ah, ¿pensamientos suicidas, Alejandro?— su voz preguntó con un toque de diversión. La vi de brazos cruzados en la puerta, apoyada en ella, su mirada con un toque de lujuria. Agaché la cabeza.

—No puedo más...— susurré imaginado estar junto a ella, que todo esto terminase. Que mi vida terminase.

—Muy poco original— señaló las cuchillas entre mis manos, —Pensé que serias mas creativo— rió negando y a la vez moviendo sus dedos.

—¿Qué pensabas?

—Bueno, es obvio que con un boli no puedes— bromeó y empezó a caminar ladeando su cabeza, —Tal vez dejando de respirar en una piscina... tirarte de una azotea. Un bote de pastillas no, es muy típico.

—Me estás dando muchas más ideas, ¿sabias?— dejé las cuchillas a mi lado para centrar mi atención en ella, —¿Que quieres decir?

—La gente sin personalidad no me gusta— se encogió de hombros y alcé las cejas, —Es decir, ¡por dios! No seas igual de básicos que los otros suicidas. Muere por lo alto— dijo con determinación.

—Eres una obra bastante buena para que te haya creado mi mente— sonreí. No era la primera vez que la escuchaba.

Era tanto el sufrimiento, el dolor de que Rachel ya no estuviese, que mi mente la había creado. Ella solo aparecía cuando me hundía, y eso siempre me volvía a motivar a seguir.

Se quedó observándome sin pestañear. Era exactamente igual a ella, tan real... Ella tragó grueso y arrugó sus cejas señalándome, —Como te atrevas a morir, te resucitaré y te ahogaré con mis propias manos.

—Ah, creo que no tienes la capacidad suficiente para hacer eso— señalé y ella suspiró derrotada, sabiendo que yo tenía razón.

—No lo hagas— negó. Me atreví a mirarlas, sus ojos gritándome con desesperación que la hiciese caso, —Por favor...— suplicó.

—Te he perdido, lo he perdido todo, no me queda nada, ¿que más da? A nadie le importará— ¡Ah! Mierda, ¡mi vida no tenía sentido! Sin ella no tenía nada, no valía nada.

Recuérdame por siempre *EDITANDO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora