|Annabelle|
Después de que Kellan me dijera que se marchaba, el tiempo prácticamente voló.
A una semana y media de su partida, podía sentir desde ahora con más vigor el aplastante peso que su ausencia dejaría atrás. No podía evitar mirarlo o tocarlo cada vez que estábamos juntos, y era como si estuviera tratando muy duro de absorber su imagen, de hacer que mi cerebro memorizara cada una de las líneas de su rostro, como se sentía ser tocada suavemente por aquellas manos fuertes y varoniles, su aroma único impregnando mi piel y mi alma, para así poder evocar su recuerdo con precisión en las noches en que seguramente lo extrañaría tanto que no podría dormir en paz.
Podría decir que a Kellan le sucedía lo mismo. En sus ojos podía ver la angustia que le producía nuestra separación aumentar con cada día que pasaba. Quería decirle que se quedara conmigo, que no se marchara, que renunciara a todo por mí, pero eso sería tan malditamente egoísta y patético. ¿Qué diría eso de mí si lo hiciera? Yo lo amaba, y cuando sientes un amor tan fuerte por una persona como el que yo siento por Kellan, sabes que no puedes atar a tú amado porque eso no estaría bien. No era sano, no era justo.
El amor era libertad y paz, no una atadura y una prisión.
Así que haciendo acopio de toda mi fortaleza, me obligué a continuar con toda la normalidad que era capaz, por mi paz mental y la de Kellan, aunque lo único que quería hacer era hacerme un ovillo en una esquina y llorar un océano.
Un tirón en el dobladillo de mi vestido me llamó la atención, sacándome de mis pensamientos tristes. Al mirar hacia abajo, encontré la mirada oscura de mi hermana Nancy, sonriéndome.
—Nicole pregunta que si podrías llevar al jardín un poco de helado de fresa que está en el refrigerador.
Me di la vuelta, dejando de mirar por la ventana de la cocina que estaba sobre el fregadero, para darle toda mi atención.
—Claro que sí. ¿Me ayudas a llevar las copas de helado?
Ella asintió y yo acaricié su cabello, tirando levemente de una de sus trenzas. Abrí la alacena y saqué las copas necesarias para todas las personas reunidas en el jardín. Luego procedí a abrir el refrigerador por el helado de fresa. Con cuidado, le di las copas a Nancy, todas las que podía llevar en sus manitos y sin hacer un desastre, y le sonreí.
—¿Segura que puedes llevarlas todas? No hay ningún problema en hacer dos viajes.
—No, yo puedo —replico, frunciendo el ceño—. Puedo hacerlo.
Reprimí otra sonrisa ante la vehemencia de su voz y ante el deseo de ser autosuficiente que había comenzado a despertar en ella hacía poco.
—Muy bien, pero ten cuidado. Recuerda lo que siempre digo...
—... no corras si llevas cristales o unas tijeras en tus manos —terminó por mí.
—Buena chica. Anda, vamos al jardín que están esperándonos.
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PARAÍSO |Souls Fractured #3|
Romance|TERCER LIBRO DE LA TRILOGÍA SOULS FRACTURED| 《Tan oscuro es el fondo, que no deja ver nada si no subes hasta el dorso del arco, en que la roca es más saliente.》|Dante Alighieri, La Divina Comedia.