|Capítulo 43|

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|Kellan|

Era casi las once de la noche cuando llegué a Miami

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Era casi las once de la noche cuando llegué a Miami.

La onda de calor era impresionante incluso tan tarde en la noche, y a mi parecer era más húmedo y sofocante que en Los Ángeles, lo cual me obligó a entrar a una cabina en el baño para lavar mi rostro en el lavabo con agua fría para refrescarme, aclarar mi mente por un segundo, antes de salir de allí y posteriormente del aeropuerto. Tomé un taxi, y le dije al conductor a dónde ir. Él no hizo preguntas, aunque si me dio una mirada curiosa al ver mi mochila y mi uniforme, antes de ponerse en marcha.

Me removí en mi asiento, sintiéndome otra vez impaciente y nervioso hasta más no poder. Limpie el sudor de mis manos en mis pantalones de camuflaje, maldiciendo bajo mi aliento. Yo no nunca me ponía nervioso, o bueno, no al menos porque me reencontraría con mi esposa.

Joder, ¿qué me pasaba?

En el fondo lo sabía, aunque no quisiera admitirlo.

Estaba malditamente asustado de que, al aparecer frente a Annabelle, ella no correspondiera mi felicidad. Quiero decir, la deje por diez meses, el primer casi año de nuestro matrimonio la deje sola, y entendía si ella descubría que no había valido la pena la espera en cuanto me viera.

Dudar de ella, de lo que sentía por mí, era tan injusto y horrible, pero no podía evitarlo por más que quisiera. Era un cobarde justo ahora, y mi corazón latía con tanta prisa en mi pecho que estaba seguro que el conductor podía oírlo, así como mis patéticos pensamientos. Annabelle estuvo conmigo todos estos meses, cada vez que me decía que amaba lo sentía real y llegaba profundo dentro de mí, pero ahora finalmente había llegado la hora de la verdad.

Por fin era hora de saber si habíamos superado esta dura prueba de nuestra vida juntos o no.

Me quedé un par de segundos mirando sin en realidad ver la ciudad pasar a través de la ventana. ¿Por qué íbamos tan lento? Era eso o yo estaba de verdad enloqueciendo.

Antes de que pudiera pensar bien en lo que hacía, me incliné hacia adelante y le dije al conductor:

—¿Tienes un teléfono celular? —el hombre asintió, encontrando mi mirada por el espejo retrovisor. Saqué un billete de mi bolsillo y lo extendí hacia él por el espacio entre los asientos—. Déjame hacer una llamada y este billete es tuyo.

Tomó el billete tras un momento, y cuando nos detuvimos en un semáforo, me entrego el teléfono.

Dudé por un instante en llamarla. ¿No sería mejor llegar de sorpresa? Lo era, pero quería escuchar su voz ahora, y no podía esperar más cuando el hotel todavía estaba a otros diez minutos de distancia.

La calle en la que estábamos detenidos era silenciosa para mi alivio, pues no quería que el ruido sospechoso de autos o fiesta me delatara. Recordando que Annabelle me había dicho que sincronizó su teléfono para recibir las llamadas que se hicieran al departamento, marqué el número de allí para que no me descubriera.

PARAÍSO |Souls Fractured #3|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora