Capítulo 1.

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-Hijo, despiértese que está llegando el agua.

Habla la voz de mi madre en mi sueño; debo seguir dormido, porque el agua no ha llegado desde hace más de una semana.

-Hijo, párate -demanda en un tono más alto. Bien, no es un sueño. Esto está ocurriendo realmente.

No tengo tiempo de pellizcarme para comprobar que no sea un sueño: este tipo de cosas no suceden seguido y hay que aprovecharlas al máximo.

Corro a toda velocidad por los anexos de la casa con el corazón a todo dar, en busca de perolitos para recolectar toda el agua posible.

Mis hermanas se encuentran desperdigadas entre la cocina y el patio, llenando los potes de margarina y las botellitas Minalba; mi madre está pasando coleto en los cuartos y yo llenando las ollas para bajar el agua de las pocetas -que por cierto, desprenden un hedor fatal, consecuencia de almacenar orines y mojones de toda la familia desde hace varios días.

El olor es demasiado pútrido y penetra en mi nariz al punto de tornarla de color carmín en la punta.

Marico voy a vomitar, vergación.

Mis hermanas Félicité y Charlotte se meten a bañar y mamá se lava el cabello en la batea. Abro la puerta del baño y le paso el jabón Ariel a Charlotte para que se laven la peluca, porque el champú está muy caro y la coñoe'madre vecina bachaquera lo vende al triple.

-¡Maldito Maduro! -escucho chillar cuando me alejo. Seguro se volvió a ir el agua y ni siquiera me pude lavar la cara. Qué arrecho pana.

Después de pasar la arrechera de haberse quedado enjabonada, mi madre me manda a donde el Catire a comprar unas empanadas para desayunar, pues son las once, no tenemos un coño y no hay gas porque nos paliaron las bombonas en el llenadero la otra semana.

Ahorita comprar una broma de esas cuesta una bola e' rial.

Salgo de casa e intento dirigirme al negocio los más de prisa posible, esquivando los malandros en el camino; pero no es fácil, pues vivimos en Caña de Azúcar  y todos lo son.

Mi madre siempre nos aconseja vestirnos lo más mal aspectos posible, porque todos somos blanquitos ojos azules y por eso solemos llamar mucho la atención en el barrio.

Y, bueno, tampoco es que tengamos ropa muy bonita.

Llevo una franela gris desteñida en los bordes con cloro y unos shorts que me compré en Cata con diseños de palmeras. Mientras camino, algo mojado se cuela dentro de mi chancleta, pero no me detengo a revisar qué es porque viene un motorizado detrás de mí y mi único instinto es correr.

Me encuentro sudando cuando llego al negocio, con la adrenalina a mil y la piel empalidecida tres tonos.

-¡Épale, Luis! -exclama en saludo el muchacho tras el mostrador.

Es el hijo de el Catire, el dueño. Es un local familiar de una familia de la Colonia Tovar, que se mudaron a Maracay para emprender su negocio de empanadas. Por eso todos son catiritos.

Tiene la cejas espesas y de color marrón claro; los ojos grandes y azules y el cabello levantado en un copete rubio.

-Epa catire -lo saludo y gruño un poco por el cansancio, además de que llevo toda la vida corrigiéndolo pues mi nombre es Louis, no Luis. En realidad creo que lo hace a posta- Epa Chino -le digo al hombre regordete sentado en una de las mesillas de plástico. Le mete un buen mordisco a su empanada y un chorro de guasacaca de desborda de ella, ensuciando la pechera de su chaleco neón de Moto-taxi.

-¿Qué quieres que te sirva? Acabo de sacar una tanda de empanadas de cazón que se ven buenísimas.

Sí, me imagino.

Repaso la lista de precios escrita con marcador acrílico en la pared: hay empanadas de tajadas, dominó, de cebiche, jamón y queso crema, de chicharrón…Todas pasan de cuatro mil bolívares soberanos y no creo que mi madre tenga tanto en la cuenta.

En realidad, no creo que me alcance ni para una malta retornable.

-¿No tienes unas más baraticas? -inquiero en voz baja para que el chino no me escuche, mirando hacia otro lado.

Qué de lo último, vale. Maldita pobreza.

Niall me mira con sus grandes ojos. No quiero que sienta pena por mí, no quiero su compasión.

Se lleva un dedo a la barbilla.

-Puedo freírte unas de queso llanero con la harina del CLAP, si quieres -qué bolas.

-Bueno, dale pues. Ponme cuatro -respondo. Capaz ni para eso me alcanza con esta inflación.

Mientras tanto, le entrego la tarjeta del Venezuela a la cajera para ir pagando.

-¿Cuenta? -pregunta sin verme.

-Ahorro.

Ingreso la clave y me muerdo el labio. Ay chamo, no quiero ver.

-Relájalo, chamo, que sí pasó -me dice ella.

Ah, qué de pinga, Ya me veía barriendo el piso y fregando los trastes como pago.

Luego de unos minutos Niall sale de la cocina con una gota de sudor en la frente y dos bolsas de papel marrón en mano. Me las entrega. Abro las bolsas y cuento el contenido por costumbre, no vaya a ser que me quieran joder poniéndome menos.

Cuento cinco empanadas calientes y le lanzo una mirada confundida al rubio, con el ceño fruncido. ¿Se habrá equivocado? ¿Será que le digo o me hago el loco?

-Chamo, me pusiste cinco. Eran cuatro -le digo y el catire me sonríe. Ay, no, qué pena.

-La quinta te la regalo yo, mi pana. De chorizo con queso amarillo, disfrútala.

Verga, me regaló la más cara.

-Gracias, marico. De verdad -le agradezco.

Sin más, me dirijo a una de las mesas y me dedico a comerme aquella delicia. Procuro hacerlo aquí, ya que si las hembras de mi casa me vieran zampándome una vaina tan cara el peo que se armaría no sería normal.

Las Kardashians se quedan locas al lado de esas carajas.

Vierto bastante guasacaca y salsa de maíz sobre la empanada. Cierro los ojos y le voy pegando pequeños mordiscos, porque cosas así solo pasan una vez en la vida.

Cuando voy de regreso a casa un tipo me detiene y saca una navaja de su bolsillo.

-Mi pana, esto es un quieto -me informa, y lo único en lo que me puedo concentrar es en los bigotes rubios que contrastan con su piel morena, seguramente decolorados con agua oxigenada- Dame el celular.

-Justamente dejé el Blackberry en la casa para que no me lo robaran, chamo -le respondo, y es verdad.

El muchacho me mira de pies a cabeza repasando mi vestimenta Tukky. Luego repara en mis ojos azules y arquea una ceja.

Mi catirismo me delata.

-Bueno betulio, no sé. Dame lo que tengas -propone, bajando el arma y cruzándose de brazos.

-Mira, me robarás la virginidad, no sé. Porque no tengo nada.

-Uhm…¿Qué tienes en esa bolsa?

Coño, no. Por favor.

AU. Pelando Bolas. l.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora