49) Charlas extrañas

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«Narra Jayden»

Se fue con él, me miró una última vez e importándole poco lo que estaba punto de decirle, se fue con el imbécil

¡Maldita sea!

Esto se estaba yendo al infierno, y por más que me dije, tenía el control, no era así. Ya nada estaba en mi control. No podía cuidarla, no podía cuidarme, ni siquiera sabía si sería un buen padre. Me pasé la noche evitando a Verónica, ¿eso qué quería decir de mi responsabilidad?

Me llevé la copa a la boca y me lo debí todo de un trago.

En ese momento deseé morir, dejar de luchar tanto por cosas que solo se complicaban una y otra vez sin darme tregua. Porque quería decirle, quería decirle a ella toda la verdad y hacerla entender lo que pasaba en mi mente.

La vi irse con él sin importarle lo que tuviésemos. Y supongo que me lo merecía, después de todo yo hice lo mismo y en ese momento ni sabía si la razón importaba tanto.

Negué mientras pedía otra bebida. Claro que importaba. Solo quería que ella comprendiera por lo que pasaba, mis luchas, que comprendiera mis razones.

Pero no las comprendería si no se las decía, me recordé.

Me decepcioné de mí por no hablarle. Siempre me dio la confianza, y estaría para mí, ¿entonces por qué era tan difícil decírselo?

Preferí dejar que los celos hablaran por mí. Ella se fue con él, en medio de una fiesta en la que de por sí nos están estudiando, salió de la habitación al lado de un hombre que no era yo. Cuando la bebida estuvo en mi mano la apreté con fuerza.

Odiaba sentirme como me sentía, odiaba querer hacer algo para alejarla de él. Odiaba aquella sensación de que en cualquier momento podría perderla.

Odié cada maldito segundo que pasó con ellos fuera. Treinta minutos, ¿Qué demonios tienen que hablan dos personas en treinta minutos? 

Con mucho esfuerzo me mantuve en mi lugar, quieto, apenas sí respirando lo estrictamente necesario.

La puerta volvió a abrirse al fondo, no se escuchaba por la música, pero la luz proveniente de fuera y mi oído puesto en ese acto, me alertó de que ya estaba de vuelta. Conteniendo a mis fieros latidos y las ganas de violencia que me invadían, me giré con lentitud para encontrarlo en la puerta. No se veían muy felices, pero tampoco nada adverso. Se veían tal y cómo salieron de aquí. Salvo por una cosa... Sus manos estaban unidas.

Apreté más la copa. Y como si sintiera mi mirad, ella me miró, se giró hacia Erick, le dijo algo, lo soltó y se alejó de nosotros. No la perdí de vista.

Sentía algo circular por mi torrente, algo negativo.

Al volver la vista hacia donde se encontraba ese hijo de puta me sorprendí al verlo acercarse con paso decidido.

Cuando lo tuve en frente contuve mis manos y volví mi vista al barman. Él se sentó a mi lado, por el rabillo del ojo vi una pequeña y suficiente sonrisa en su cara, una que se borraría muy rápido con un puñetazo.

Jayden: ¿Qué quieres? —pregunté de mala gana.

Erick: Tranquilo, sólo vine a celebrar —contestó sin quitar aquello estúpida sonrisa. Le pidió una wisky al barman y cuando este llegó volvió a verme—. ¿No quieres saber que quiero celebrar?

Jayden: Púdrete.

Lo único que quería saber era cuántos puntos le darían si decidía partirle la botella frente a mí en la cabeza.

Un Matrimonio a la FuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora