«Narra Jayden»
Estaba en un grave aprieto, y lo peor era que no sabía cómo lidiar con todo. Le había dicho a Verónica que lo resolvería, pero no sabía si podría hacerlo. Ella estaba tan devastada ahora mismo que mi confusión de hace algunos días quedó en un segundo plano. Lo más importante éramos nosotros, nuestros problemas y la forma de solucionarlo, después estaría todo lo demás, aunque todo lo demás no dejaba de rodar por mi cabeza una y otra vez sin descanso.
Me acostaba y pensaba en ella.
Me levantaba y pensaba en ella.
La veía e incluso ahí pensaba en ella.
No podía dejar de traerla a mi mente y ese era un gran, gran problema. Todo estaba claro entre nosotros, yo había dejado las cosas claras hace tiempo. Vanessa Hernández era una amiga, debía ser solo una amiga.
Pero a una amiga no se la cela como yo lo estaba haciendo en ese momento. De solo pensar en lo que pasó en aquella habitación, de solo recordar los brazos de Brook sobre ella, me daban ganas de gritarle que no la volviera a tocar, que era mi esposa y nadie tenía derecho salvo yo a tocarla.
Pero no era así, yo no tenía ningún derecho y ese anillo que llevaba en la mano no significaba nada entre nosotros. Y era eso, no había y no iba a haber un nosotros, no podía permitirlo.
Con suspiro le pedí a Verónica que fuésemos a la playa. Estaba tan desanimada que me sentía no solo mal por mí, sino también por ella. Quería que estuviese bien, quería resolver todos sus problemas así como los míos, y no poder hacerlo me estaba torturando la cabeza. Las cosas se estaban saliendo de control, y por más que lo intentaba nada volvía a su lugar, solo se descontrolaba más.
Ella aceptó salir, también pensó que despejarse un poco le serviría para aclarar la mente.
Salimos de la habitación una vez estuvimos listos y bajamos al lobby. La playa se encontraba en frente y sólo caminamos hacia ella, una gran ventaja para el hotel, un excelente punto debía admitir. Ya del otro lado de la calle caminamos por la arena, buscando un lugar dónde sentarnos. Y sin preverlo vi a Brook en una de las tumbonas a unos metros, llenando algo con mucha concentración.
Mi mente de inmediato hizo lo que siempre hacía... Pensar en ella.
Está aquí, lo sé, lo siento. En contra de todo lo que me he autoimpuesto, comencé a buscarla en todo el lugar, con la creciente necesidad de verla y sentirla cerca. Mi cuerpo me exigió su cercanía, me ordenó buscarla y acercarla a mí. Y cuando miré a Verónica señalarme dos tumbonas libres, se me hundió el corazón.
Era un miserable, y merecía irme al infierno. No podía seguir haciendo eso, no podía seguir queriendo a Vanessa cuando tenía a Verónica. Ella no merecía eso, no merecía que no la respetara. Y Vanessa tampoco merecía eso. Las engañaba a las dos y no sabía cómo dejar de hacerlo, cómo solucionar todos los malditos problemas de una vez.
Yo quería estar con Vanessa, mi cuerpo, mi mente y mi corazón la necesitaban, pero no podía dejar a Verónica, no solo porque la quería, sino también porque cargamos mucho sobre nuestros hombros. Lo que nosotros tenemos no es algo que muchos entiendan, y ese hecho me frena a hacer, me mantiene en vilo.
Con un suspiro, dejando de pensar en aquella mujer que no debía, me senté junto a Verónica e intenté prestarle atención y ser la mejor persona para ella.
Sin embargo, por una especie de magnetismo que solo sentía por una persona, mi vista terminó en el mar, donde estaba ella.
Mi corazón decidió irse a correr a toda velocidad.
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Un Matrimonio a la Fuerza
RomansaUn acepto puede cambiarlo todo. Subestimé el poder de esa palabra hasta que me tocó decirla... Dos veces. Creía que mi vida era bastante buena, se podría decir que incluso tenía suerte. Mis padres eran grandes empresarios, tenía buenos amigos, un fu...