31, Revelación

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          Poco a poco extrañas imágenes comenzaron a aparecer en mi mente. Al principio eran difusas y lejanas, debido a que no lograba retenerlas por mucho tiempo.

Estaba segura de que esos pensamientos no eran míos.

Parecía que alguien intentaba introducirme recuerdos a la fuerza. Yo me esforzaba por rechazarlos, ya que venían acompañados de emociones tristes y pesadas.

Gracias a la fuerza de ese extraño fenómeno quedé envuelta en sus sensaciones hasta que logré hallares forma.

Podía ver todo desde mi perspectiva. Pero la yo que estaba viviendo eso no se trataba de Ámbar.

Sentía el viento golpeando mi cuerpo.

Los hombros me ardían como si tuviese fuego prendido de ellos, lo que me indicaba que sus garras aún estaban encajadas sobre mi carne.

Mi visión estaba bañada por una intensa tinta rojiza.

Gracias al dolor y a la sangre mis ojos habían dejado de servir hace ya varios minutos.

Esa estúpida bestia me había desgarrado los párpados con sus uñas para que me fuera imposible escapar de ella.

Me elevaba sin parar volando con sus enormes alas oscuras.

Más allá de su cabeza pude ver entre borrones la gran luna llena brillar.

Al fin lo había logrado, me había vencido.

Aún recordaba el día que todo ese caos comenzó: Al principio simplemente veía a la perra negra afuera de mi casa. Cada vez que yo o mi hijo pasábamos cerca de ella no hacía más que gruñir y alterarse.

Después continuó el ave. Ese buitre infernal siempre estaba en los árboles de mi patio mirándome por alguna de las ventanas.

Intenté ahuyentarla, pero era inútil. Cuando me acercaba enseguida se me echaba encima.

Parecían seguirme a cualquier lado al que iba.

Días más adelante misteriosamente un coyote atacó a mi hijo Alberto hasta mandarlo al hospital.

Me tomaron por loca, pero yo estaba segura de que había sido esa maldita perra.

La noche siguiente entraron a mi casa.

Justo frente a mis ojos ese par de animales se convirtieron en dos mujeres. Sabían que mi nombre era María y sin lugar a dudas querían matarme.

La mujer que estaba transformada en el pajarraco me levantaba hasta el cielo.

Luchaba con todas las fuerzas que me quedaban a pesar de que sabía que no serviría de nada.

De un momento a otro decidió dejarme caer.

Mientras mi cuerpo era preso de los poderes de la gravedad las maldije a ambas.

Juré que aún después de mi muerte me aferraría a la rabia que sentía y vengaría a mí hijo.

El golpe me dejó deforme y rompió mi columna a la mitad.

Tristemente terminé como un espíritu errante envuelta en mi sufrimiento interminable.

Abrí los ojos de golpe.

Totalmente invadida por el pánico comencé a tentarme el cuerpo asegurándome de no tener ningún daño.

El corazón me latía a mil por hora, eso se había sentido muy real.

Tales vivencias no eran mías, pero estaban en mi memoria como un recuerdo.

Había tenido una gran caída hasta morir estrellada contra el suelo.

Miré en todas direcciones buscando algún rastro de María, no obstante, mi vista se clavó sobre la silueta de la puerta abierta.

Algo boquiabierta pude apreciar que se trataba de Jazmín.

Estaba segura de que los nombres tachados en la lista era de las personas que había logrado matar.

Enseguida sentí un chispazo de esperanza, pues el nombre de mi padre aparecía escrito de manera limpia.

Todo parecía indicar que aún permanecía con vida.

Apreté la mandíbula por la tensión de la mirada de Jazmín, quien me veía de manera fija desde la oscuridad con una expresión torcida dibujada en el rostro.

Ella la había matado a María...

Ella era el buitre gigante...

Y nosotros dos seguíamos en la lista...

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Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora