4, Primeras impresiones

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Dormí plácidamente todo el camino, pues el movimiento me servía como arrullo.

Desperté al dejar de sentir la presión sobre mis extremidades cuando mamá me desabrochó los cinturones.

Cecilia me ayudó a incorporarme y desató la pañoleta de mi rostro.

Lancé un gruñido mientras me tapaba los ojos con las manos, ya que la luz del sol me lastimaba la vista hasta lograr sacarme algunas lágrimas.

Estaba muy contenta por no haber tenido episodios de pesadillas en la noche ni en la prolongada siesta. Al recuperar el sueño que perdí por levantarme tan temprano mi estado de ánimo parecía menos cascarrabias.

Una vez que estuve repuesta me descubrí la cara topándome con algo que no me esperaba. Afuera del carro solo había monte, verde y altísimo monte.

Al parecer nos habíamos detenido al borde de la carretera.

—¿Dónde estamos? —le pregunté a mamá alzando la voz más de lo necesario gracias a la música que retumbaba en mis oídos.

—Cerca de un pueblo, al sur de Veracruz —me explicó también a gritos.

Bajé tambaleándome, pues mis piernas y cintura aún estaban adormecidas.

Varios metros más adelante visualicé una cerca poco estética y montada con troncos viejos.

Deseaba que no fuera lo que me estaba imaginando, pero dudaba mucho correr con suerte. Esa debía ser la casa de... ni siquiera recordaba sus nombres.

Caminé hacia mamá, quien aún aseguraba las puertas del vehículo. Me le planté por un lado con los brazos cruzados y el ceño fruncido.

—Solo son dos días —dijo con tono meloso cuando finalmente volteó y se percató de mi presencia.

Torcí los ojos y enseguida comencé a andar hacia la fea cerca con pasos quejumbrosos.

—No dormiremos allí, ¿verdad? —le pregunté a Cecilia cuando me alcanzó.

Solo negó con la cabeza y la expresión incómoda.

Sobre nosotras no había ni una sola nube y el sol nos azotaba con saña.

Las altas temperaturas eran espantosas. El calor enseguida causó escozor en mi cuerpo.

Al final del camino, justo al horizonte, podía ver como el calor que emanaba la tierra desdibujaba en ondas la carretera.

Nos hubiéramos ahorrado esa sudorosa caminata de no ser por mi manera tan peculiar de viajar, pues mis familiares no debían percatarse de cómo mamá me desataba.

—¿Vas a contarles? —le pregunté con un susurro.

No quería que esas extrañas supieran de mi condición y me miraran con lástima como lo hacía el resto de la gente.

—Solo si es necesario —me avisó.

Con forme nos fuimos acercando tuvimos una mejor visión de nuestro destino.

La casa era de un solo piso con una arquitectura rústica y del México antiguo. Realmente parecía una hacienda en diminuto con su corredor de ladrillo y sus castillos que se unían de manera curva al techo creando formas semicirculares.

La pequeña vivienda parecía agradable. Los tonos rojizos y amarillos que poseía la hacían resaltar del verde vivo que cubría el jardín.

Todo era muy diferente a lo que estaba acostumbrada a ver en mi fraccionamiento, donde las casas eran iguales y cuadradas al mero estilo minimalista.

Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora