7, El velorio

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No noté cuando volví a quedarme dormida, pero al despertar estaba sola de nuevo.

El estómago me rugía adolorido por el hambre.

No me encontraba consciente de la hora, no obstante, antes de ir a comer debía ponerme algo más decente y darme una buena ducha, pues sentía el cuerpo incómodamente pegajoso. Comenzaba a extrañar los abanicos.

Salté de la cama y abrí la puerta con el mayor silencio posible. Asomé solo la cabeza para asegurarme de que no hubiera nadie alrededor.

Corrí a mi habitación para entrar sin ser vista.

Me coloqué encima la primera blusa que encontré y anduve de puntitas con dirección hacia el baño.

La ducha era de lo más incómodo, pues en vez de una regadera había un tosco tubo de donde caía bruscamente un chorro de líquido.

Todo mejoró cuando mi cuerpo se cubrió de agua fría, debido a que casi pude sentir que revivía.

Me sequé y vestí con rapidez, pues me daba la impresión de que en cualquier momento saldría una alimaña del retrete.

Me expuse al pasillo con cautela.

No sabía exactamente hacia dónde dirigirme hasta que escuché ajetreo en el comedor, donde todas ya se encontraban reunidas.

—Buen día —saludé al entrar.

Miré como Olga colocaba una gran olla sobre la mesa, la cual estaba más que repleta de comida. Había huevos revueltos, frijoles, arroz, queso, tortillas, jugo y leche.

¿A qué hora se habrán levantado para poder hacer todo esto? Me pregunté.

—Siéntate, cariño —Jazmín me saludó acompañada de su incómoda dulzura, sin embargo, había un velo de tristeza cubriendo sus ojos.

Obedecí sin protestar.

Un mal presentimiento me llenó el estómago.

Hoy era el día tan esperado.

—¿No crees que está mal que tu hija duerma contigo? —Olga cuestionó directamente a mi madre con un tono indignado.

Sus repentinas palabras me sorprendieron.

Enseguida volví el rostro hacia ella.

¿Cómo diablos se había dado cuenta de eso? Mis tías debieron estar dormidas y la puerta había permanecido cerrada. Yo ni siquiera había hecho ruido.

—Ámbar tiene terrores nocturnos y hay algunas veces que no se puede calmar.

Sí, esa era la mejor manera de explicarlo.

—Nunca había escuchado algo así —Olga contestó pensativa y algo incrédula.

—Pues es un tema un poco delicado del que no me gusta hablar —me atreví a intervenir diciéndole con la mirada que cerrara la boca.

—Bueno, vamos a desayunar —enseguida Jazmín volvió a tomar la palabra intentando romper la tensión.

El tiempo juntas transcurrió en silencio. Nadie tenía ánimos de hablar, Jazmín estaba demasiado triste como para entablar la conversación, y si Olga abría la boca sería solo para seguir buscando pelea.

Por mi parte casi no levanté los ojos del plato, pues podía sentir la mirada acusadora y pesada de Olga, y temía toparme con ella de frente.

La comida estuvo bastante buena, pero me alegré más cuando terminó.

Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora