24, Los ojos de las bestias

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          —Tenemos que decirles a mis tías que te sientes mal —le susurré.

—No servirá de nada, el resultado va a ser el mismo —negó con la cabeza.

—Pero Alberto... —comencé a protestar.

—Silencio —me interrumpió—. Van a entrar.

Lo miré extrañada por un par de segundos, pero no hubo la necesidad de preguntar. La puerta volvió a abrirse y mis dos tías entraron cargando una charola llena de comida.

Al parecer realmente sabía qué cosas ocurrían, motivo que le daba un peso extra a sus palabras.

—¿Cómo sigues? —le preguntó Jazmín sonriendo.

—Bien, ya mejor —respondió mintiendo sobre su estado.

—Ahora vuelvo, quiero ir afuera un rato —le avisé a mi amigo.

Me levanté cediéndoles el lugar a mis tías.

Atravesé la puerta mientras Olga ayudaba a Alberto a sentarse.

Logré llegar hasta la entrada principal y salí al patio.

El sol ya no brillaba con potencia sobre mi cabeza, podía mirarlo frente a mí mientras se ocultaba entre los árboles.

El cielo estaba naranja y soplaba una ligera brisa fresca.

No podía darme el lujo de no confiar en Alberto, pues yo mejor que nadie sabía que el mundo no es como todos lo veían.

Siempre que intentaba escapar cualquier cosa me devolvía a ese lugar.

No se trataba de un secuestro físico como tal, pues no había una puerta con candado que me impidiera el paso. Justo en ese momento pude haber brincado la cerca y correr hasta que mis piernas no pudieran más, pero sentía la responsabilidad de cuidar a mi amigo.

Me pasé la tarde vigilando a Alberto. Me inquietaba dejarlo solo con la compañía de mis tías. Justo como había dicho, no hacía más que empeorar.

Por la noche me negué a cenar, pues en mi estómago no había espacio para el apetito.

Me despedí de todos y fui a darme una ducha para dormir. El agua corrió por mi cuerpo eliminando todo rastro de tierra y sudor acumulado a lo largo del día.

De camino al cuarto ya no podía conmigo misma. Sentía el cuerpo flácido y me pedía a gritos un buen descanso.

En cuando me tiré a la cama y coloqué la cabeza en la almohada me quedé profundamente dormida.

Un bosque. Pude notar que estaba en el bosque.

Volteé hacia arriba. Era de noche, vi un cielo negro y tapizado de estrellas.

Respiraba de manera agitada.

El corazón me latía con mucha fuerza.

Mis piernas se movían con rapidez.

Corría de manera desesperada.

La escena era parecida a cuando perseguí el fantasma de mi padre, pero no tenía nada frente a mí que me incitara a avanzar, si no, parecía estar detrás.

Huía de algo.

Volteaba sobre mis hombros a cada paso sin lograr ver nada, pero eso solo acrecentaba mi miedo, pues, a pesar de todo, podía escucharlo. Sus cuatro patas pisaban rápido tronando las hojas secas bajo sus garras.

Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora