11, La ventana

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De un momento a otro apareció una figura oscura caminando desde la lejanía. Conforme se acercó pude darme cuenta que se trataba de Olga.

Cuando estuvo a la altura de Alberto se detuvo para saludarle.

Vi como mi tía hizo cambiar de dirección al joven trayéndolo de vuelta.

Me apresuré a abrí la cerca a solo unos pasos de su llegada, ya que Olga venía bastante cargada de compras

Alberto ya le sostenía la mitad de las bolsas, así que no me ofrecí como ayuda.

—Me ha pedido que siembre las semillas yo mismo —me avisó el joven con una sonrisa y sin detenerse.

Me llené de un mal presentimiento.

Él no debía permanecer bajo el techo de mis tías, ya que estaba segura de que el par de mujeres guardaban secretos muy oscuros.

Quise pararme frente a Alberto y advertirle, pero no me atreví. No obstante, debí de haber seguido a mi instinto sin que me importara quedar como una loca, pues le habría evitado un gran sufrimiento.

Lancé un hondo suspiro antes de volver a entrar a la casa.

Me sentía un poco más segura con la nueva compañía.

Me paré en medio de la sala y miré en todas las direcciones, pero Laica no aparecía estar por ningún lado. Me preocupaba que también intentara atacar a Alberto, quien ingresó sin preocupación alguna.

El joven, ya colorado por el esfuerzo, depositó las bolsas sobre la mesa del comedor.

—Todo lo que necesita para trabajar está en el patio de atrás —Olga le indicó.

Alberto asintió y dio media vuelta acatando sus indicaciones.

De manera sigilosa seguí sus pasos, pero al llegar a la puerta me topé de frente con la figura de Jazmín, quien me causó un sobresalto.

¿Cómo había llegado ahí tan rápido? Ni siquiera la había visto al meterme.

—¿Has hecho un nuevo amiguito? —me preguntó mirándome con una ternura aprensiva.

—Sí, iré con él —titubeé.

Rápidamente le saqué vuelta para atravesar el terreno sin detenerme hasta llegar al patio trasero.

Alberto se encontraba buscando entre las herramientas.

Mi mente se distrajo en el objeto faltante, la cama de los cachorros ya no estaba.

—¿No había unos perritos ahí? —señalé hacia la esquina.

—No, ¿debería? —me respondió.

Me pregunté en qué momento y a dónde se los habían llevado.

Me parecía sorprendente como un animal tan feo como Laica había parido a unas creaturas tan adorables.

Pasé el resto de la tarde siendo la sombra de Alberto, pues intentaba evitar a Jazmín a toda costa; cualquier cosa esa mejor que permanecer con la compañía de ella.

El joven se dedicó a explicarme con detalle lo que hacía. Realmente hablaba demasiado, lo cual ya no me parecía tan malo, incluso comenzaba a caerme bien.

Conforme las horas avanzaban el cielo se fue tornando grisáceo.

Al principio nos mostramos agradecidos, debido a que las nubes nos tapaban el sol; pero algunos truenos retumbaron en la lejanía justo cuando el joven terminó su labor.

Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora