19, Heridas

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          Me quedé boquiabierta.

En solo un par de segundos se me secaron los labios.

El muchacho que había conocido precisamente por esos rumbos se encontraba literalmente tirado a mis pies.

Su cabello oscuro y ondulado estaba más despeinado que de costumbre.

Podía ver indicios de que se había caído en repetidas ocasiones, ya que su ropa tenía restos de tierra y hojas.

Su rostro se entintaba más rojo de su sonrojado natural, probablemente gracias al llanto que escurría por sus mejillas sucias.

Al instante que me reconoció fingió reponerse un poco, pero pude notar lo mucho que se le dificultaba el respirar, pues lo hacía de manera entrecortada y adolorida.

Rápidamente se limpió las lágrimas para después colocarse ambas manos sobre su pierna herida, parecía que hacía un intento inútil por ocultar la sangre.

—¿Qué te pasó? —le pregunté alarmada y poniéndome en cuclillas frente a él.

No podía quitarle los ojos de encima a la mancha roja, viscosa y brillante que empapaba sus pantalones.

Su cuerpo estaba hecho un ovillo a excepción de su pierna derecha, la cual se encontraba extendida y temblando sin parar.

Tenía la tela del jeans rasgada justo en la zona lastimada. Entre las rendijas pude ver que su extremidad se había hecho cagada pura.

—Un animal me atacó —me explicó mientras se estremecía.

—¿Qué animal? —inquirí levantando la cabeza para mirar en todas direcciones buscando a la bestia solo por mero instinto.

—No-no lo sé. No alcance a ver —tartamudeó.

Comencé a percibir un dolor pesado y extraño en mi espalda más allá del que ocasionaba mi maleta.

Sus heridas abiertas me causaban incomodidad hasta hacerme sentir enferma.

Si no encontraba una solución pronto terminaría por llevar a cabo mi vergonzosa respuesta ante el miedo y estrés: Devolverme encima, y entonces sí estaríamos mal, pues seríamos un tipo cojo y una joven bañada en vómito.

—¿Podrías llevarme a casa de tus tías? —me preguntó con un lamento.

—¿Qué? ¡No! ¿Por qué no mejor vamos al pueblo? —exclamé, aunque no estaba convencida de que él fuera capaz de caminar.

Para ese entonces ya debían haber notado mi ausencia, ¿cómo iba a volver como si nada con Alberto herido?

—Aún falta mucho para llegar al pueblo y yo ya no puedo con esto... —se le quebró la voz sin poder contener algunas lágrimas.

—¿Puedes levantarte? —comencé a respirar de manera profunda intentando eliminar las crecientes náuseas.

—Tal vez si me ayudas. —asintió—. Yo solo pude caminar y llegar hasta acá. Ahora que descanse un poco seguro lo logro.

Una idea iluminó mi cabeza.

Con movimientos veloces me descolgué la mochila y la puse sobre la tierra para abrirla. Saqué una de las prendas más grandes y se la extendí con mis manos temblorosas.

—Podríamos intentar amarártela en la pierna, seguro te ayudará con el sangrado —propuse.

—Tienes razón —se frotó el rostro en un intento por limpiárselo y mostrar una sonrisa.

—Bien, con calma —dije, no obstante, sentí que lo expresaba más para mí misma.

Comenzó a alzar la pierna, apenas y la había movido un par de centímetros cuando lanzó un grito que me hizo brincar.

De manera apresurada pasé la tela por debajo del muslo lo más alejada posible de la herida, e ignoraba sus quejidos mientras la iba deslizando hasta situarla a la altura de su chamorro.

—¿La atas tú o...? —dejé la pregunta inconclusa.

—No tengo el valor. Por favor, hazlo tú.

Tragué saliva y comencé a hacer el nudo. A la hora de apretarlo me cuestioné si realmente había sido una buena propuesta, pues solo parecía que le causaba más daño y dolor.

Esperamos unos minutos para que se calmara un poco y ver los resultados.

Me esforcé por enfocar mi mirada hacia otro lado, debido a que seguramente se sentía avergonzado al estar en ese estado tan deplorable frente a mí.

—Ámbar —Alberto me llamó después de un momento.

Volteé hacia él de golpe.

Fue entonces cuando me percaté de que yo también estaba llorando.

¡Vaya socorrista que era!

El que se estaba desangrando era él, yo debía intentar mostrarme fuerte para servirle de consuelo, pero sentía terror.

Se trataba de un miedo muy diferente al que percibía cuando veía a algún espíritu, pues ese temor era mucho más cortante y real. Si no actuaba de la manera correcta ese chico podía morir en cualquier momento.

—No llores —me pidió extendiendo su mano hacia mí para limpiar mis silenciosas lágrimas—. Mira, sí está funcionando.

Efectivamente, la escena ya se veía menos aparatosa. Aún se alcanzaba a trasminar algo de sangre a través del vendaje improvisado, sin embargo, la tela no estaba tan escurrida como su pantalón.

Lancé una risa nerviosa que acrecentó mi llanto.

Sin perder más el tiempo apoyó un brazo contra el tronco del árbol y el otro sobre en mis hombros. Con gruñidos y titubeos logró levantarse.

Cojeando y cargando una gran parte de su peso en mí empezamos la marcha de regreso a la casa de Olga y Jazmín.

De estar enterada de lo que se avecinaba jamás habría aceptado conducirlo a ese infierno.

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Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora