39, Siempre adentro

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          Fue así como terminó su caótica aparición.

Enseguida se volvió hacia mí bajando la cabeza.

Tenía demasiado miedo.

Un líquido tibio hizo una desagradable manifestación extendiéndose bajo el trasero de mis pantalones. Me había hecho pipí encima.

Mis ojos casi salieron de sus cuencas, pues estiró su brazo hasta mi rostro de una manera tan rápida que por un momento creí que iba a agredirme, pero en vez de eso me acarició la mejilla con sus dedos huesudos.

—Mi Ámbar —habló.

No era capaz de abrir la boca ni para gritar.

Estaba frente a algo poderoso y más allá de lo físico. No tenía ninguna oportunidad de vencerlo. No me quedaba más que rogar por mi alma.

—No me temas —me soltó.

Había percibido mi reacción ante su contacto, debido a que no podía ocultar el pavor que me producía.

—Ellas me hicieron esto —señaló a la puerta—. Yo... Nosotros —se corrigió enseguida—, teníamos que estar unidos desde un principio, pero tus asquerosas tías no me lo permitieron.

—Yo no quiero estar unida a ti —hablé sin razonar.

Mi tono no fue más que un débil susurro, sin embargo, le hizo detener cualquier movimiento.

—Ámbar, no hay otro camino en el tú eres libre. Siempre estaré contigo y te seguiré a donde vayas. Nunca podrás deshacerte de mí. Debíamos ser uno mismo —habló con los dientes apretados teniendo como resultando palabras violentas.

Volví el rostro hacia un costado y cerré los ojos con fuerza temerosa de que Nahuael me causara daño.

Se escuchó el crujir de una madera trozándose.

No pude evitar pegar un chillido por la impresión mientras volteaba alarmada para averiguar lo que pasaba.

Una punta de metal agujeraba la puerta sin ningún orden.

Un par de segundos después entró mi tía Olga rompiendo los restos de la madera con su propio cuerpo.

Sus ojos enseguida se clavaron en mí.

Se me subió la bilis a la garganta, ya que sus manos empuñaban una vieja hacha.

—¿Dónde está Nahuael? —preguntó enseguida con la respiración acelerada.

Tenía la mirada encendida y llena de fiereza, parecía completamente preparada para la batalla.

Pero no había rastros de él.

En la oscura habitación solo se encontraba una chiquilla llorosa, vomitada, meada y tirada sobre el suelo.

Una chispa se prendió en mi mente.

Había dicho su maldito nombre.

Mis tías habían tenido conocimiento de lo que pasaba dentro y fuera de mi cabeza durante todo ese tiempo.

Me limité a ponerme en pie con toda la quietud del mundo, como si Olga no estuviese parada frente a mí con un arma con la que fácilmente podría descuartizarme.

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Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora