Epílogo

795 154 43
                                    


          Cuando me transportaban al centro de ayuda ya me encontraba al grado de desfallecer por el cansancio.

Me animaba diciéndome que era una suerte que estuviera con vida.

El centro era una construcción de dos pisos color blanca y con mucho patio. Todo estaba bordeado por una barda alta, donde estaba pintado el nombre y logo de la institución.

Me ayudaron a llenar algunos datos en la recepción, debido a que mi vista borrosa no me daba para escribir muy bien.

Solo recuerdo que me llevaron a un cuarto insípido donde dormí el resto del día.

Al despertar me encontraba bastante desorientada. Moría de hambre y de sed.

La pieza blanca y vacía me recordaba a mi antigua habitación, a excepción de que ahí había un par de camas extras, lo que me indicó que compartía el lugar.

La comida era horrible, pero por lo menos era comida.

Yo no traía nada conmigo, así que una de tantas compañeras se ofreció a prestarme algo de ropa para que pudiera darme un baño y desechar la que llevaba puesta, pues aún tenía algunas manchas de sangre.

Tuve que esperar hasta que llegara una donación de prendas y pude quedarme con las tallas más pequeñas.

La mayoría hablaban de sus problemas entre ellas, sin embargo, yo me mantenía lo más alejada posible. No quería que se asustaran sabiendo que había una asesina en los pasillos.

No tenía permitido salir. No estaba segura si mi condición era de víctima o de culpable, quizá un poco de ambas.

Siempre había actividades. Nunca tenía ganas de participar, mas eran obligatorias.

Nahuael puso mucho de su parte, ya que sus apariciones fueron casi nulas, solo de vez en cuando me susurraba cosas cuando no sabía que decir en las secciones con la psicóloga.

Me diagnosticaron estrés postraumático y depresión.

Nunca había carecido de nada, lo había tenido todo gracias a Cecilia, sufría mucho con mi situación y su ausencia.

Aprendí a llorar en silencio por las noches.

Casi no dormía, pues deseaba ver a mamá. Tenía la esperanza de que alguna vez viniera a visitarme, pero nunca ocurrió.

En la recepción marcaba todos los días como devoción al hospital para preguntar por papá.

Me asusté cuando me informaron que había pescado una infección. Tardó unos días, no obstante, logró reponerse.

Aunque ya no tenía sus poderes la sangre de Nahuael aún corría por sus venas y debía ser inmune a su veneno.

También llamaba a la Procuradora General de Justicia del Estado para pedir adelantos sobre nuestro caso, acto que era mucho más difícil, ya que tenía que pasar por toda una serie de burocracia telefónica donde me dirigían de línea en línea hasta que daba con un buen hombre o mujer que quisiera ayudarme.

El proceso fue martirizante.

Cuando a papá lo dieron de alta en el hospital fue transportado a la prisión más cercana.

Pasó casi un mes hasta que me dieron buenas noticias. Ningún familiar de Olga y Jazmín habían aparecido para poner cargos. Tres cuerpos fueron encontrados enterrados en el patio de su propiedad, no me quisieron decir sus nombres. Me pareció raro. Según la lista habían matado a cuatro personas, hacía falta un cuerpo.

Las pruebas dejaban ver que los actos se cometieron en defensa propia.

Le asignaron un abogado a mi padre. Todo parecía indicar que el fallo sería positivo.

Pronto se llevaría a cabo la primera audiencia inicial, donde si el juez determinaba que su detención era ilegal por fin sería liberado.

Por suerte no tuve que esperar tanto tiempo como había creído.

Transcurrió una semana más y eran aproximadamente las tres de la tarde.

Me encontraba en mi aburrido taller de bisutería cuando entró una de las recepcionistas a interrumpir la clase.

—Ámbar Medina, tienes visitas —me llamó.

Me levanté de un salto y salí corriendo del aula.

Atravesé como rayo las instalaciones para llegar acalorada hasta la entrada.

Justo ahí estaba él.

Lo abrasé de prisa y con desesperación como si quisiera hundirme en su pecho.

No pude evitar soltarme a llorar.

—Papá —lo llamaba una y otra vez.

Él también me estrechó con vigor. Entre sus brazos protectores podía percibir como un pedacito de mi alma se reconfortaba. Nunca me había sentido tan fuerte y tan rota al mismo tiempo.

—Estoy libre hija, ya todo está bien —su voz parecía entrecortada.

Enseguida fuimos a ver el asunto del seguro de mi madre, lo cual era una buena cantidad.

Ya que la casa estaba a mi nombre la puse en venta. Claro que tardaría muchos años en que alguien quisiera adquirirla, pues el escándalo fue a dar hasta los periódicos y noticieros de la zona.

Decidimos comprar una camioneta vieja y usada para largamos hacia el centro del país.

El viaje fue plácido. Disfrutaba mucho el detenernos en medio de la noche para comprar golosinas en las tiendas de las gasolineras y mirar el cielo estallado.

Me producía melancolía inexplicable el encontrarme tan perdida en medio de la nada.

Papá y yo teníamos mucho tiempo que recuperar.

Los temas oscuros no se tocaban más.

Estábamos decididos a iniciar una nueva vida.

Hacía lo posible por olvidar que mi mente era un recipiente para demonios, así como ignoraba la débil voz que me decía que eso no había terminado. Nahuael me pedía su libertad a cambio de venganza y de decirme donde estaba mi madre.

Cuidado con Las Voces [TERMINADA] Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora