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Han pasado dos años.

Dos malditos años viviendo con esta persona, al qué le llamo padre.

Ahora mismo, estoy viviendo en España, tal cómo dijo mi padre. Estuvimos un mes en Nueva York, pero no salimos de casa para casi nada.

En España, me mudé a una cuidad en concreto, Marbella. No me sonaba la cuidad para nada, pero es maravillosa.

Me apunté al instituto, no hice amigos. Mi rutina era: ir al instituto, llegar a mi casa, estudiar, ducharme, leer o hacer cualquier cosa y dormir.

Bueno, intentar dormir.

A veces, salgo con mi padre al centro comercial y esas cosas, pero no lo disfruto.

Pero el no ha cambiado. Sigue siendo el mismo. Se emborracha, me maltrata, y hace todas las mismas cosas qué hacía cuándo yo era pequeña.

Aunque eso, va a cambiar.

Hace dos meses, cumplí mis esperados dieciocho. Yo quería una fiesta con mis amigos, pero se han torcido un poco las cosas.

Ya qué soy mayor de edad, puedo viajar sola. Y mi plan es escaparme.

Lo he planeado desde antes de mi cumpleaños, pero hay un obstáculo.

No tengo hogar.

No me puedo ir a vivir con Rachel y Colton después de lo qué me ha confesado mi padre.

Y hay otro obstáculo.

Estamos a marzo, no he terminado segundo de bachillerato. No puedo marcharme de aquí de repente. En el instituto de Seattle sigo matriculada, por suerte.

Estoy hecha un lío y no tengo ni idea de qué hacer.

Salgo de mi habitación y voy al servicio. Entro y me miro en el espejo. He cambiado, soy más alta, mi cabello oscuro ha crecido, mis ojos se ven más tristes, cómo si no tuvieran vida. Pero por lo menos, se han vuelto más azules de lo qué estaban.

Bajo al salón y me encuentro a mi padre tumbado en el sofá durmiendo la mona, con un botellín de cerveza y una baba saliendo de su boca.

Es asqueroso.

Cojo el mando de la televisión y la apago.

Es hora de irnos.

Subo de nuevo a mi habitación corriendo y cojo mi maleta de emergencias de debajo de la cama.

Y sí, he tenido esa maleta hecha desde hace un tiempo. Sabía qué un día me iba a ir, y no podía perder el tiempo en hacerla.

Cojo mi mochila del instituto y meto algunos libros, mi cargador, mi cepillo de dientes y cosas así qué son necesarias.

Y cojo lo más importante, mis ahorros. He estado trabajando estos meses y he ahorrado más de mil euros, aunque cuándo llegue a América, tendré qué cambiarlo por dólares.

Abandono mi habitación, en la cuál, he estado viviendo desde qué llegué aquí. Bajo de nuevo y veo qué mi padre está durmiendo cómo un bebé.

Salgo de la casa y me dirijo a la casa de la vecina. Es una señora mayor, de unos sesenta años y muy buena persona. La conocí unas semanas después de venir aquí. Ella me ayudó a buscar trabajo y a veces, pasaba tiempo con ella en su casa.

Esta muy sola. Se divorció de su marido y sus dos hijos le dejaron de hablar por hacer eso.

Me da lástima dejarla aquí sola, pero no creo qué se quiera venir a Seattle.

Llego al porche de su casa y la veo sentada leyendo un libro con su café de todos los días en la mano.

—Hola Luisa—el nombre me sonaba muy raro, pero es común en España.

—Hola Mackenzie—dice ella dejando su libro en la mesa y acercándose a mí.

—Vengo para despedirme.

—Oh, ¿ya te vas?

—Sí—contesto mirando hacia abajo.

—Te voy a echar de menos, pero, ven a visitarme de vez en cuándo pequeña—dice ella abrazándome. Esta mujer es muy cariñosa.

—Claro, vendré cuándo pueda. Sé qué vas a decir qué no, pero, ¿quiere venirse conmigo?

—¿A Seattle? Oh, no, lo siento querida.

—Bueno, había que intentarlo—le digo con una sonrisa triste en mi rostro.

—Buen viaje—le doy otro abrazo y camino hasta la parada de autobús.

Me siento y me quedo embobada observando el cielo.

Rato después, el autobús llega y me monto. No está lleno, sólo hay dos mujeres y algunos adolescentes.

Llego al aeropuerto, y voy hacia el interior. Compro mi billete, el cuál, cuesta un poco caro, y me espero a qué salga mi vuelo.

Una hora más tarde, llaman por megafonía y me levanto. Cojo el avión y caigo en un sueño profundo.

Pasan horas y horas, hasta qué por fin llego a Seattle. Salgo del aeropuerto, pido un taxi y le digo qué me deje en mi casa.

Obviamente, no voy a ir a mi casa, pero no tengo ni idea de qué dirección darle. Tenía pensado irme a un motel. No puedo pedirle a Chloe ni a Sarah qué me dejen vivir en su casa. Aparte, no sé qué hay de sus vidas, ni nada.

El taxista me deja en mi casa, salgo y me quedo en la calle sola, acompañada únicamente por mi maleta.

Saco mi móvil, y busco moteles en Seattle por internet. Encuentro uno que está cerca, y tampoco cuesta muy caro. Tengo dinero de sobra, así qué supongo qué no habrá problema.

Agarro mi maleta y pongo rumbo hacía el lugar dónde voy a vivir, el cuál espero, qué no tenga qué vivir por mucho tiempo allí.

Llego al motel, es un edificio de cuatro plantas. Se ve viejo, tiene que tener varios años, y no está muy cuidado.

Entro al interior del edificio y veo un mostrador con un hombre de unos cincuenta años, detrás de este.

—Hola, querría una habitación para quedarme un tiempo.

—¿Cuánto tiempo más o menos?—contesta el mientras se quita su cigarro de sus labios.

—Pues, tres semanas o un mes más o menos—le digo no muy convencida.

—Bien, es la habitación 08. Ten cuidado, a veces se meten cucarachas. Y el agua sale fría, bueno, fría y caliente, depende. Y alguna telareña, pero no te asustes.

—Eh, vale—trago saliva y voy hacía mi habitación.

¿Dónde coño me he metido?

Ahora entiendo porqué es tan barato.

Entro a la habitación, y veo qué no es ni muy pequeña ni muy grande. Tiene dos camas individuales, las cuáles, creo que voy a juntar para qué se haga una sola cama. Hay una cómoda con un pequeño televisor encima.

En el otro lado de la habitación, hay una ventana pequeña. La abro y veo qué esta, da a un callejón con contenedores.

Y llego al servicio. Esta un poco sucio, pero ya lo limpiaré. Me acerco a la bañera y efectivamente, cómo dijo el hombre, hay una cucaracha muerta.

Odio las cucarachas.

Vuelvo a la cama e intento dormirme.

Mañana, después del instituto, creo qué iré a la casa de Chloe. Sé qué hubiera sido mejor, si hubiese ido nada más llegar, pero sinceramente, no estoy preparada.

Y supongo, qué también me llevarán a comisaría, para contar todo lo qué me pasó esa noche.

Por fin, después de mucho, mucho tiempo, siento qué soy libre.

LOVE YOU (COMPLETA) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora