23. La malcriada

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Uno, dos, tres...

—Oh mi Dios.

Vomito.

Oliver sostuvo mejor a Helen que volvió a vomitar. Ella pareció acabar con todo lo que tenía en su estómago y se quedó sentada con la espalda apoyada contra la pared. Él estaba igual a ella, sentado mirándola con atención y sin un rastro de sueño.

—Lo siento—balbuceó agotada.

Él sonrió un poco, meneando la cabeza.

—Tranquila Len, ¿estás mejor?—le preocupaba mucho que se desmayase.

—Creo que sí.

Asintió—, Quedémonos un rato más, por si acaso.

Ella cerró un poco los ojos agotada por las náuseas matutinas que tenía desde hace un mes, su estomago apenas se estaba haciendo visible con sus dos mesesitos de embarazo. Ya tenía uno cuando Oliver regresó a la ciudad.

Cuando Oliver vio que Helen se estaba quedando dormida la levantó haciendo un poco de fuerza y la llevó a la cama, se quedó sentado junto a ella viéndola dormir tranquila. Se estaba encariñando con el bebé que venía en camino, y a Helen la veía con ternura propia de alguien que ve algo frágil, pero no había más sentimientos de él hacia ella.

Bostezó y se levantó para ir a hacer el desayuno. Abrió la puerta del balcón y empezó a cocinar, David no tardó en escurrirse dentro del departamento por el balcón.

Soltó una bolsa de papel en el mesón.

—No cocines, súper papá, les hice el desayuno.

Oliver levantó la vista hacia la bolsa y sonrió, tenía un lujo de mejor amigo.

—Eres el mejor—revisó la bolsa, había desayuno para él y para Helen—, ¿a qué hora hiciste esto?

David se encogió de hombros.

—Desde que Helen comenzó a lloriquear por ti en la madrugada.

—Odia vomitar, y las náuseas—explicó.

Le dio un mordisco a su panqueque, le supo a gloria. Tenía mucha hambre.

Tenía mucho cuidado con no hacer que ella tuviese emociones fuertes, se agitase o hiciese movimientos bruscos. Helen era la muñequita de cristal que tenía que resguardar. Sus sentimientos por ella estaban lejos de ser románticos pero Helen se enamoraba de nuevo cada día más de él, con sus atenciones y cuidados.

El miedo la embargaba a veces pero luego veía a Oliver hablar para él mismo en el balcón diciendo cosas como 'seré un gran papá, el mejor, seré mejor que cualquier papá del mundo'; y sus miedos se disipaban pues no pudo haber elegido mejor hombre.

—¿Oliver?—se escuchó la voz asustada de Helen desde la habitación.

Pareció que alguien le pegó un choque eléctrico a él porqué saltó directo hacia el pasillo.

—Aquí, Len—se dejó ver por ella que salió de la habitación—. Dave está en la cocina, así qué...

La señaló como cosa al azar, Helen asintió y fue a cambiarse la camiseta de Oliver que era lo único que usaba como pijama junto con unas bragas. Ella no tardó en salir y alcanzar al par de chicos en la cocina, saludó a David y se sentó a desayunar.

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