21. Un puntito adorable

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El clima estaba tormentoso, frío y casi fantasmal.

No habían pájaros quienes le dieran la bienvenida, en cambio estaba un gato malhumorado mirándolo desde el balcón meneando la cola con burla. Casi riéndose de él.

El humo de su cigarrillo salió entre sus labios como despedida de algo arrancado de él, el mismo humo pareció molestar al gato que gruñó mirándolo con odio.

—Ya déjalo—le aconsejó su amigo dándole una mirada en apoyo—, no es bueno que ella sea una fumadora pasiva.

Oliver soltó el cigarrillo y lo aplastó con el pie.

—Sí, tienes razón.

Ayer inmediatamente habían decidido regresar, Jude se quedaría con ellos las vacaciones y luego una niñera lo cuidaría.

David le aseguró que podía encargarse de las cosas, que él subiese a ver si Helen estaba en casa.

Los pies de Oliver parecían hechos de concreto, subió lento, paso a paso por las escaleras evitando el ascensor para alargar sus esperanzas de que Helen le llamase y le dijera que todo era una falsa alarma. Pero llegó hasta la puerta y no recibió ninguna llamada por lo que no le quedó de otra que tocar.

La puerta fue abierta casi de inmediato, Helen estaba llorosa, al verlo se lanzó a sus brazos como si su salvador hubiese llegado.

—Estás aquí, sabía que no me dejarías sola—lo buscó a besar pero Oliver la apartó.

Ella parpadeó confundida.

—¿Cómo te sientes?—su vista descendió hacia el vientre de ella.

Helen ya no era esa adolescente con cuerpo de infarto, contaba estrías y celulitis; sus brazos, piernas y abdomen estaban fuera de forma. Aún así, a Oliver le parecía una chica preciosa. No era necesario medidas 'perfectas', había querido a Helen tal cuál.

Ella antes se quejaba de su sobrepeso, de que estaba diez kilos por encima de lo correspondiente en relación con su estatura; se quejaba de sus llantitas en el estómago y su cara cachetona repleta de pecas que con su cabello pelirrojo la hacían ver como una fresa.

Y Oliver siempre le había asegurado que ella era hermosa, que no le importaba como se veía, para él ella era perfecta y no había ni una sola imperfección en ella.

Solo esa maldita actitud era lo que lo había llevado al borde, si Helen no hubiese hecho ese berrinche por teléfono cortándole él habría regresado al poco tiempo con ella y seguiría admirándola y queriéndola.

Helen se encogió de hombros—.Tengo miedo, Ollie.

Sí, él también tenía miedo.

La abrazó y ella se sintió feliz de tenerlo de regreso—.Tranquila, todo estará bien, ya verás.

David entró en ese momento arrastrando el equipaje de ambos, él vivía justo al lado de Helen y Oliver; cuenta la leyenda que una vez estuvo a punto de mudarse con una novia pero la relación se acabó.

—Hola, Len—saludó acarreando sus falsas sonrisas.

Ella se alejó de Oliver y le sonrió feliz de la vida.

—¡Dave! Qué bueno que llegas, ya sabes la noticia, ¿cierto?—miró a Oliver que apenas sonrió—, tengo miedo pero estoy emocionada, ¿sabes?

David asintió como si la entendiese.

—Felicidades, es un bebé suertudo.

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