Peligros al acecho

429 67 121
                                    

Cometer un error, aunque grave, no es lo peor que puedes hacer. Cuando lo haces tienes dos opciones, recapacitar con humildad o permitir que el orgullo te ciegue y seguir adelante como un toro furioso a la espera de una firme roca o árbol en el camino, lista para detener el avance desmedido de un sentimiento que todo lo destruye.

Mi problema era que no había cometido un error, no, había sido sincera y reaccionado acorde a lo que sentía en ese momento, no había sido mi intención lastimarla o rechazarla, tenerla lejos era un sufrimiento casi físico para mi corazón, pero no estaba lista para besarla y disfrutar físicamente de ello.

—No es algo que se decida, solo pasa—espetó Cyrenne bloqueando uno de mis mandobles.

—A mí no me ha pasado con nadie, ni siquiera con ella—negué con la cabeza y detuve el certero corte que ella lanzó hacia mi muslo con el borde de mi escudo.

—Eres un caso raro de la naturaleza, pero estoy segura que hay algo entre ustedes dos.

—Tal vez es mejor así, no puedo poner en riesgo a nadie, menos con una conspiración en curso—Cyrenne se las arregló para esquivar una estocada, sujetar mi espada y tirar de mí en dirección a su escudo. El golpe me dejó aturdida.

—Sabrás lidiar con ello. Ambas podrán—tiró mi espada lejos y continuó atacándome sin compasión.

—Hay una bebé de por medio—protesté con voz nasal ocultándome, como podía, detrás de mi escudo. No me había roto la nariz, pero el sabor ferroso y el latir en mi nariz eran molestos.

—Detalles, cuando el corazón habla, lo hace con sinceridad y no debe detenerse ante todos los peros que pueda inventar tu cabeza—amagó un golpe con la espada a mi cabeza, levanté el escudo y aprovechó la ocasión para patear mi estómago. Ya en el suelo, su espada se apoyó con firmeza en mi garganta.

—No va a querer verme—aparté de un manotazo su espada y me puse en pie.

—Es probable, dale tiempo. Si de verdad te quiere sabrá entender esa rareza—dio suaves golpecitos con la punta de su espada sobre mi peto—. Mientras tanto, deberemos vigilar esa granja, solo es cuestión de tiempo para que la visiten y traten de chantajearla.

—Tienes razón—limpié la sangre de mi nariz con mis manos enguantadas. El cuero grueso era una excepción protección contra el filo de las espadas y brindaba mayor movilidad que un guantelete de acero. Aun así, llevaba algunas placas de acero sobre el dorso y cada falange—. Enviaré a Airlia, solo es una recluta y nadie la conoce.

—Mató a Colin, si nuestro enemigo estaba en el pueblo, la reconocerá.

—No la enviaré como una guerrera, sino como una granjera más. Con un disfraz bastará.

Cité a Airlia a mi despacho. La joven recluta pasaba la mayor parte del tiempo con las guerreras más experimentadas. Hacía mucho que no la llamaba para que me acompañara, después de todo, había pasado días indispuesta por aquella pedrada y necesitaba más información para trazar un plan de acción. Ella me ayudaría con esa parte del plan.

—Pero comandante ¿Y mi entrenamiento? —levanté una ceja, Airlia se había atrevido a responder ante una orden directa. Por otra parte, era una pregunta válida.

—Una vez te dije que lo que hacemos aquí te parecería juego de niños y que me acompañarías en misiones acordes a tu nivel—me serví un buen vaso de vino especiado y di un largo trago. El dulce sabor deleitó mi lengua y calmó levemente la tormenta que se desarrollaba en mi interior.

—Entiendo, pero ¿Una misión encubierta en la granja de Fla... quiero decir, Kaira? —inquirió con suspicacia. No se atrevía a ponerlo en palabras, pero sabía lo que estaba pensando, que la estaba asignando como la guardia personal de mi amante.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora