Verdades y mentiras

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Nos reunimos en la habitación principal. Kaira curó el nuevo corte que decoraba mi cuerpo y Cyrenne y Elissa se contentaron con llevar unas sillas extras y la mesa desde la cocina. Dispusieron de una cena ligera en consideración a mi estado y compartimos aquellos alimentos frugales con los niños.

—Tenemos mucho que explicar —suspiró Kaira en cuanto estuvo satisfecha con la cantidad de caldo que había ingerido.

Demian tomó esta frase como una señal, se levantó con gesto respetuoso de la mesa, tomó en sus brazos a la bebé y se apresuró a abandonar la habitación, pero le detuve con un gesto de mi mano y le invité a tomar asiento a mi lado, en la cama. Sus ojos brillaron llenos de orgullo y regresó sobre sus pasos.

—¿Estás segura? —inquirió Cyrenne.

—Pronto cumplirá trece años, no hablaremos nada que no deba escuchar —apunté—. Además, quiero saber por qué terminó así —señalé las heridas que marcaban su rostro.

—Mamá me explicó que estaban pasando cosas terribles en la ciudad y que debía de salir con Axelia a dar paseos, que ese era mi deber y que solo así podía protegerla. Si no estaba en casa mientras llegaba el enemigo, sería mucho más sencillo protegernos, pero ayer nos encontraron. —Jugó con sus manos, entrelazaba y liberaba sus dedos una y otra vez—. Ayer no nos alejamos lo suficiente, estabas en casa y no quería dejarlas solas. Demoramos en salir y fuimos vistos por esas guerreras, lo siento. —Bajó la cabeza, apenado.

—Está bien. —Alboroté su cabello con cariño—. No siempre somos perfectos, Demian, pero la próxima vez debes de obedecer a tu madre, ella solo quiere protegerte.

—Lo haré —prometió.

—Bien, ¿alguien me dice por qué están haciendo redadas? Entiendo que están buscándome, pero no existe una acusación formal.

—Athanasia tiene a sus lacayas dando vueltas por todo el lugar para dar con tu paradero. No sabemos si te quiere muerta antes que la reina te vea o si desea negociar contigo —explicó Elissa.

—¿La reina?

—Viaja hacia aquí, llegará en una semana o menos —dijo Cyrenne—. La confesión de Airlia y tus informes eran tan alarmantes que viene a consultar la situación ella misma. Se supone que es una visita secreta, pero sabes cómo es eso. —Agitó una mano en el aire—. Todos se enteran del viaje antes que la reina.

—Entonces Athanasia está cortando cabos antes que la reina pueda atarlos por su cuenta —repuse.

—Tampoco es como si hubiera demasiados, todos los testigos potenciales murieron o estaban sentenciados a muerte. Airlia está protegida en el calabozo por las mismas guerreras que dejaste a cargo y yo personalmente la estoy supervisando —explicó Elissa—. Pero Athanasia está comprando conciencias. La gente en este pueblo tiene poca memoria y por un par de monedas están dispuestos a asegurar que fueron engañados por gente de Luthier, después de todo, eran de ese reino las monedas de oro que confiscaste.

—Pero sigues siendo su piedra en el zapato, tu testimonio, tu historia, tus heridas, todo va a condenarla y está desesperada. Por eso tiene a sus lacayas vigilando los alrededores.

—¿Quiénes son? No reconocí a ninguna.

—Son guerreras del ejército interno, solo en ese cuerpo puedes encontrar un lenguaje tan estúpido. Culminaron su servicio y trabajan para Athanasia.

—Está prohibido que las casas nobles cuenten con un ejército —repuse—. Todos conocen las consecuencias que eso puede tener.

—Ja, puede estar prohibido, pero sabes tan bien como yo funcionan las prohibiciones. Un poco de maquillaje en la contabilidad y puedes hacer pasar esos gastos como parte de tus tierras, incluso como los gastos del cuidado del jardín —bufó Cyrenne—. No me mires así, Anteia, mi madre lo ha hecho y mi hermana también. No tenemos un ejército, pero si suficientes espadas dispuestas a dejarse la vida por un par de monedas para la vejez.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora