Traición y Muerte

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Regresé del pueblo tras asegurarles a los habitantes que todo estaría bien y que caería antes de permitir que cualquier peste se acercara a sus hogares. Dejé la yegua de Cyrenne en el establo del pueblo, cuidarían bien de ella y seguramente la necesitaría para cuando regresara de su misión. No podía llevarla conmigo.

—Comandante. —Demian se acercó a mi caballo corriendo. Algunos pueblerinos que quedaban por ahí profirieron insultos por lo bajo, pero se alejaron en dirección contraria al ver que les dirigía una mirada de reproche.

—¿Ocurre algo, Demian? —inquirí desinteresada. No podía darme el lujo de demostrar emoción alguna hacia la granja de Kaira.

—Kaira le envía sus saludos, mi señora. —El jovencito sonrió. Aunque aún era muy pronto para notarlo, se le veía más sano, su rostro estaba sonrosado y la sombra del hambre había abandonado su mirada.

—Son bien recibidos.

—Me pidió que le entregara esto. —Sacó del bolsillo de su pantalón nuevo una sencilla pulsera tejida, el color negro y el rojo se mezclaban entre sí creando patrones zigzagueantes.

—¿No dijo nada más? —admiré la pulsera y la deslicé en el interior de mi peto. No era el mejor lugar para demostrar algún interés.

—No, solo que está muy agradecida por las tierras y por la ayuda —sonrió ampliamente—. Kaira es muy amable, señora. No me hace dormir en el establo o en el granero, preparó una habitación solo para mí. Incluso tengo una cama que no es de paja.

Tanta alegría me sorprendió y enterneció a partes iguales. Comprendía lo dura que había sido su vida y a pesar de ello, no había dejado de ser un dulce niño que buscaba un poco de afecto. Sin embargo, no era el mejor momento para ser un niño.

—Espero que hagan las mejoras correspondientes a la granja. Deben construir algún escondite seguro. El mejor lugar es el granero. Kaira no puede caer en manos enemigas, Demian. Airlia de seguro les ayudará con la tarea —susurré de manera apresurada.

—Construiremos algo —aseguró el jovencito—. Le enviaré sus saludos a Kaira —sonrió con picardía y se marchó corriendo, tropezando de vez en cuando debido al desequilibrio propio de su acelerado crecimiento.

Suspiré y di media vuelta a mi caballo. Sentía una insoportable compulsión por observar mejor el regalo, pero no podía hacerlo hasta encerrarme en la seguridad y privacidad de mi habitación.

El camino se me hizo eterno, el sol se había ocultado por completo y quedaba solo una pequeña franja morada en el horizonte. Probablemente llovería durante la noche. Apresuré el paso de Huracán hasta que se convirtió en toda una carrera. Estaba bien armada, pero no me apetecía ser capturada en la oscuridad, menos en luna nueva.

Alcancé el campamento cuando ya la oscuridad lo había devorado todo y el único punto cercano de luz en kilómetros eran las antorchas del campamento, brillando como un fiero bastión ante la terrible negrura que avecinaba.

—Comandante. —La guerrera de guardia cerró con firmeza la puerta a mis espaldas.

—¿Todo en orden? —inquirí mientras desmontaba. Otra guerrera tomó las riendas de Huracán y lo guio hacia las caballerizas.

—Nada que informar, comandante. No hay señal de fogatas en el bosque, ni antorchas. Parece que será una noche tranquila.

—No debemos confiarnos, probablemente no ataquen esta noche, es verdad, pero dar a conocer su posición no los detendrá. Debes permanecer atenta.

La joven guerrera saludó y regresó a su puesto, por mi parte, me dirigí a mi habitación con paso contenido. Deseaba admirar el regalo de Kaira en paz.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora