Los gritos, la carne separándose para dar paso al filo de mi espada, los huesos crujiendo bajo mi hacha, todo parecía repetirse como una sinfonía macabra en mis manos y antebrazos temblorosos. Mis párpados pesaban y mi rostro se sentía como si estuviera cubierto por agua, era como dormir, pero sin descanso real.
—Demian, quiero verla —escuché decir a Kaira.
—No creo que sea buena idea, no es grave, pero no es algo que quiera ver. —Los dedos de Airlia se mantenían sobre la herida, firmes, sujetando un trozo de lino contra la carne. Podía sentir una ardiente presión y deseaba luchar contra ella, apartarla, pero no era lo más sensato.
—Quiero verla —repitió con mayor convicción. Quise sonreír, cada vez que hacía valer su palabra, era como una victoria luego de una gran batalla.
—Está bien. No es tan malo —accedió Airlia—. Vendaré y podrá esperar por Ileana o Korina.
Sentí el vendaje rozar mi cintura una y otra vez. El peso de Airlia desapareció del borde de la cama.
—Iré a buscarlas y a ver qué puedo hacer para ayudar.
—Identifica el color de los estandartes —balbuceé repentinamente. Por alguna razón, mi mente agotada había encontrado aquella petición lógica.
En Luthier existían lores, grandes caballeros encargados de tierras y mano de obra, feudos los llamaban. Les eran entregados a cambio de su servicio al rey y tenían sus propios ejércitos, normalmente conformados por caballeros de menor rango o abanderados. Si quienes nos habían atacado pertenecían solo a una casa noble, podíamos enfrentar dos situaciones: Un capricho personal o una orden del rey.
Considerando los gritos que había escuchado Kaira, esa era la teoría más acertada. Si Eudor no había muerto en batalla, cabía la posibilidad de que estuviera por ahí, libre, tramando su venganza. Lamentablemente, para comprobar mi teoría tenía que remover el pasado de Kaira, algo que, sin duda, solo le traería sufrimiento.
—Delo por hecho, comandante. —Airlia dejó vía libre a Kaira, quien entró a la habitación con paso apresurado.
—Mira cómo te han dejado —su voz adoptó un dejo tembloroso.
—Ellos quedaron peor —dije para aliviar su preocupación—. Estoy bien, Kaira. —Me incorporé lentamente, todo mi cuerpo protestaba, pero no podía descansar bien con el olor de la sangre sobre mí.
—Yo, yo temí lo peor. —Se acercó con paso lento—. Y lo único que podía pensar era en mis absurdas acusaciones y mi prejuicio ante ti —Sus piernas la llevaron a tomar asiento en la silla que antes ocupaba Airlia.
—¿Prejuicio? —inquirí con curiosidad. ¿Qué idea podía haberse hecho sobre mí?
—Pensé, bueno, pensé que te gustaban las chicas, como a todas aquí. —Sacudió la cabeza—. Quiero decir, como a casi todas aquí.
Quedé muda ante sus palabras. En todo este tiempo, ¿solo había llegado a esa conclusión? Era una señal clara de lo bien que estaba adaptándose, pero lo que pensaba sobre mí no era del todo verdad.
—No es eso, Kaira —suspiré y miré mis manos agarrotadas y manchadas—. La verdad no me gusta nadie —contuve el impulso de pellizcar mi nariz.
Los ojos de Kaira se clavaron en el suelo, como si el mayor de los tesoros se encontrara ahí.
—Desde joven descubrí que no me atraen las personas como suelen atraerles a los demás. Nunca me ha pasado —admití.
—Eso es imposible, quiero decir, no creo que seas incapaz de amar. —Sus hermosos ojos esmeralda estaban anegados en amargas lágrimas.
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Deber y Traición
Ficción GeneralAnteia, comandante del ejército de la frontera, enfrenta a una lucha desigual. Debe proteger con su vida al reino, mientras su corazón muere por amor. ...