Oscuridad, desesperación, pena y absoluta y total invalidez, eso era en aquel momento. No más comandante, no más guerrera. Ahora era una masa palpitante y desesperada que no paraba de revolcarse entre sudores, gritos y sabanas empapadas.
—¿No deberían dejarla descansar? —escuché decir a Kaira. Oh, como deseaba tomar su mano y perderme en el suave aroma a bosque de su cabello, pero no podía hacerlo, manos viles me mantenían en la cama, sujeta, atrapada como lo había estado durante semanas.
—Un poco más y terminaremos. La necesitamos en pie, la reina ha solicitado un consejo extraordinario y viaja hacia aquí a toda velocidad —susurró una voz que no reconocí.
—No creo que vaya a estar de pie y lista para cuando la reina llegue aquí —apuntó Ileana.
—Su cuerpo está casi intacto.
—¡¿Intacto?! No sabría decir que parte es Anteia y que parte es solo carne, sangre, gusanos y cicatrices —sollozó Kaira.
—Kaira, deberías ir con los niños, te necesitan. Axelia no para de llorar y Demian está muy asustado.
—Que te den, Cyrenne ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿Qué hiciste cuándo te necesitó? Escapar, huir como una maldita cobarde y romper su corazón.
—¿Así que eso soy para ti? ¿Una maldita cobarde?
Las discusiones, aunque alarmantes, eran lo único que me distraía de los finos movimientos y violentos tirones en mi mano. Al menos no la habían cortado de cuajo, era un alivio sentirla arder y protestar, seguía anclada a mi cuerpo y eso era lo único que importaba.
Mis ojos se abrieron ante la luz de un nuevo día, o al menos, aquella que dejaba pasar el invierno. La habitación estaba helada, mi cuerpo temblaba con violencia y solo una fina sábana y un camisón lo cubrían. Traté de incorporarme y me vi impedida a hacerlo por dos pesos que cruzaban mi pecho.
Cadenas, tenían que ser cadenas, ahora no ataban mis manos, sino mi cuerpo entero. Me rebelé contra ellas, no sería cautiva una vez más, antes prefería morir, desaparecer, morir en el frío exterior.
—¡Anteia! Mi amor, no, todo está bien, soy yo. —Las cadenas que me sujetaban desaparecieron y me vi libre. Pude arrastrar mi cuerpo sobre la cama, hacia la esquina más alejada, no era una gran distancia, pero si la suficiente como para defenderme. Solo allí, libre al fin, pude detallar mi entorno. Era nuestra habitación, nuestra cama y allí en la cabecera se encontraba mi Kaira, mi dulce princesa. El alivio se convirtió en fuego y el fuego en sollozo. Estaba en casa y las cadenas eran sus brazos, los cuales aún estaban extendidos en mi dirección.
—¿Kaira?
—Aquí estoy. —Permaneció en su lugar, como una escultura, su mirada estudiaba mis movimientos, como si fuera a fracturarme en mil trozos si me movía de manera equivocada y tal vez así fuera.
—¿Cómo llegué aquí?
—Llegaste por tu propio pie —explicó Kaira a la par que tendía una mano en mi dirección. Intenté tomarla, pero algo me detuvo. Estaba segura que había tratado de extender mi brazo, pero nada se movía cuando lo hacía. Voraz terror dominó mi mente, mi respiración se aceleró y pese al frío una capa de sudor de formó en mi nuca.
—¿Qué hicieron? —jadeé, sin atreverme a mirar mi brazo derecho ni ninguna parte de mi cuerpo.
—Anteia, por favor, respira. No es lo que crees.
¿Qué era una guerrera sin brazo? ¿Sin mano para sujetar una espada? ¿Qué iba a ser de mí? Me dejé caer sobre aquel costado inútil, el ardor que sentía en mi pecho se alivió un poco al llevar mis rodillas hasta él y abrazarlas con mi brazo sano. Mi corazón latía desbocado, desesperado, como si toda razón de vida empezara a escapársele poco a poco.
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Deber y Traición
Ficção GeralAnteia, comandante del ejército de la frontera, enfrenta a una lucha desigual. Debe proteger con su vida al reino, mientras su corazón muere por amor. ...