Recuerdos en el bosque

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Los sonidos del bosque quedaron olvidados a nuestros oídos. Solo nos importaban nuestras respectivas respiraciones y jadeos, nuestros ojos no miraban más allá de los ojos y el cuerpo de la otra. No existía nada más que nosotras en ese momento.

Desabroché mi capa la dejé sobre la hierba junto a nosotras. No quería separarme de Kaira, así que solo nos hice girar y la llevé conmigo sobre el cuero y la piel suave. Dejé reposar parte de mi peso sobre su cuerpo y robé un beso a su garganta, uno que formé con mi lengua. Su espalda se arqueó en busca de más contacto.

Dejé de lado mis guantes y retiré los suyos, unimos nuestras manos y volvimos a besarnos, a perdernos en el alma de la otra. Con lentitud llevé sus manos junto a su cabeza, aún las sujetaba con la mías, pero no las necesitaba, no cuando mis caderas querían fusionarse con las de ellas y mis piernas se habían hecho un espacio y un hogar entre las de ella.

—Anteia—jadeó Kaira al sentir una embestida desesperada de mi cadera—¿Cómo pretendes...? Oh.

—Lo descubrirás en un momento—prometí en su oído con la voz ronca. Al parecer aquello le gustó, un gemido atrevido abandonó sus labios.

Esa fue mi señal, arrojé toda precaución al viento, todas las dudas, temores y cuidados. Su abrigo de piel terminó junto a su cabeza, entre la hierba, cerca por si deseaba vestirse de nuevo. Algo que rogaba, no quisiera. Si, estaba siendo egoísta, pero ¿Cómo no serlo ante aquellas delicadas curvas que enmarcaban un cuerpo suave y femenino? Su piel llamaba a mis labios y como si fuera una depredadora más del bosque, me concentré en dibujar un camino de besos en su cintura, delineando el borde de sus vendas y la cintura de su pantalón.

Las manos de Kaira encontraron el borde de mi abrigo y como si se guiara solo por el instinto y el deseo, tiró de la piel hasta sacarla por mi cabeza, dejando mi torso desnudo a excepción de las vendas que cubrían y mantenían mis pechos protegidos del movimiento al cabalgar y combatir.

—Esto es—deslizó sus manos en mis cicatrices de batalla—. No es tan extraño—jadeó mientras acariciaba mi piel.

—Nunca lo ha sido—tiré de ella de tal forma que quedó sentada frente a mí—¿Puedo? —inquirí y tiré levemente de sus vendas para hacer énfasis en mi petición. Si su respuesta era negativa no estaba segura de sobrevivir, sonaba egoísta, pero era la más pura verdad. La necesidad ardía en mi pecho como un voraz incendio que se negaba a ser controlado. Y no quería controlarlo. Quería perderme en las llamas con Kaira, solo con ella, hasta que ambas nos consumiéramos en un último grito lleno de vida.

Ella asintió, su cuerpo temblaba ligeramente, pero no a causa del frío. Poco a poco su piel se fue descubriendo ante mí, sus delicados pechos llenaron mis manos y disfrutaron de mis caricias tentativas, como si fueran de cristal.

Sus ojos estaban fijos en mi expresión y sus manos no paraban de acariciar mi espalda y cintura, empezaba a ser incómodo, así que las tomé y las guie hasta mis pechos.

—Si quieres igualamos condiciones—ofrecí.

Parecía que necesitaba de aquel permiso, un segundo después me encontraba desnuda de la cintura para arriba, sus manos recorrían ahora mis hombros y sus pulgares rozaban con timidez la piel de mis pechos, como si no los conociera.

Busqué de nuevo sus labios llevada por una necesidad insoportable, sus manos viajaron de mis pechos a mis caderas, presionándome contra ella en un ademán intenso de hambre y deseo.

Era todo lo que necesitaba, todo el permiso que había estado buscando, dibujé delicadas caricias en su piel hasta llegar a la cinturilla de sus pantalones. El suave deslizar de los cordones que los mantenían sujetos envió un escalofrío por mi espalda mientras sus labios dibujaban besos atrevidos y temblorosos en mi cuello.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora