Luthier

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El caballo que recibí en el campamento corría a todo galope, sacudía mi cuerpo y agotaba mis piernas, pero ninguna velocidad me parecía suficiente para llegar a la granja y por fin rodear con mis brazos el delicado cuerpo de Kaira. Moría por sentir el dulce aroma de su cabello, su peso contra mi pecho, sus labios contra los míos, sentirla viva y cálida contra mi piel.

Las luces de la granja estaban apagadas y una punzada se instaló en mi pecho ¿No estaba en casa? ¿No había llegado? Tragué el nudo de mi garganta y clavé mis talones en el flanco del caballo, llevándolo al límite. Rodeé la casa y revisé el establo. Huracán no estaba dentro.

Una arcada se instaló en mi garganta, mis manos sudaban dentro de los guantes y mi nuca estaba helada ¿Dónde estaba Kaira? Debía de haber regresado, Huracán es un caballo veloz y fuerte, pero muy manso y obediente, ella no debió de tener problemas con él.

¿Había más bandidos ocultos en el camino? ¿La habían marcado como un objetivo al verla conmigo? Rechiné mis dientes, si le habían hecho algo pagarían con su vida.

Tiré de las riendas del caballo y cambié de rumbo. Regresé al camino que habíamos recorrido, si algo había ocurrido, encontraría pistas en él.

Alcancé a encontrar las huellas de Huracán, sus herraduras llevaban marcas inconfundibles típicas de la herrería del campamento. Maniobré el caballo hasta seguirlas en paralelo, no iban en dirección hacia la granja, sino que se desviaban hacia el este, más allá de la granja. Por un momento estuve tentada a seguirlas a todo galope, pero si lo hacía, podía perder el rastro.

Con el paso del tiempo la luna dejó de ayudarme, empezaba a bajar y las sombras de las huellas eran cada vez más indescifrables. Mi corazón solo se mantenía cuerdo al ver que solo estaban las huellas de Huracán, no había nadie persiguiendo o atacando a Kaira y aunque eso no representaba del todo un alivio, era la única esperanza a la cual podía aferrarme.

En un punto la hierba detuvo mi búsqueda. Me encontraba ahora frente a un grupo de árboles, la hierba rodeaba sus límites y parecía quebrada en algunos puntos. Desmonté y desenvainé, los árboles dificultaban la visión, entre ellos la oscuridad era casi absoluta.

—¿¡Kaira!? —llamé. Repetí mi llamado una, dos y tres veces, pero ella no respondió.

Resolví entonces ingresar a la espesura, no me importaba lo que pudiera encontrar, solo la quería a ella, a salvo y en mis brazos. Ya había arrojado toda cautela al viento al llamarla, así que simplemente entré sin preocuparme por no hacer ruido.

Ramas bajas rozaban mi rostro y en algún punto una lechuza rozó mi hombro, la hierba, los arbustos y las ramas dificultaban mi avance, era evidente que en esta zona no existía un camino y nadie la recorría con frecuencia.

Un relincho llamó mi atención, luego un resoplido y el rasgar de unos cascos contra la hierba. Fue como recibir oro en mi pecho, era Huracán. Seguí sus señales hasta un punto en el que la espesura se habría en un pequeño claro, en él, recostada contra un árbol se encontraba Kaira y junto a ella y raspando el suelo, se encontraba Huracán.

—¡Kaira! —grité al verla. Ella se sobresaltó y miró en mi dirección. Pude notar como su rostro angustiado estaba marcado por las lágrimas, el sudor y la tierra del camino, no pude evitar sonreír y acercarme a ella a toda prisa. Kaira solo abrazó sus rodillas contra su pecho y sollozó, temblaba entre mis brazos y balbuceaba presa del pánico.

—No quería llevarlos a la granja así que cabalgué sin rumbo—empezó a explicar entre hipidos.

—Está bien, hiciste lo correcto—susurré contra su mejilla.

—Tengo miedo, Anteia—jadeó contra mi cuello.

—Ya no tienes que temer, estoy aquí y todo está bien—apreté su cuerpo contra mi pecho, deseaba encogerla hasta volverla diminuta y poder ocultarla en lo profundo de mi corazón, donde nadie le haría daño.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora