Injuriosa verdad

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Airlia gruñó contra el firme agarre de Eudor. Él solo la sujetó con mayor poderío y clavó su daga con fuerza controlada, la sangre carmesí manchó el afilado metal. Mi atención estaba dividida en cuatro, por un lado, no conocía el destino de Demian, era un niño desarmado; por el otro, Kaira y Axelia se encontraban en la casa ¿Y si había más guerreros ocultos entre los arbustos?; luego estaba Airlia, nadie me aseguraba que saldría con vida de las manos de Eudor y, por último, el inminente duelo. No temía a la muerte, pero las consecuencias de la mía podían ser catastróficas.

Solo podía ganar tiempo, distraer a Eudor el tiempo suficiente para analizar la situación de manera disimulada.

—¿Y por qué "Su Majestad" no habla directamente conmigo? ¿Acaso eres tan inútil que tienes que hablar a través de una de mis guerreras? —caminé en círculos frente a él, cada nueva vuelta me acercaba cada vez más a la esquina de la casa, desde donde podría ver el establo.

Por toda respuesta, clavó aún más su daga en Airlia, de sus labios escapó un gemido de dolor y tuve que detener mis paseos.

—Una daga, imagino que así lo tienes —le provoqué paseándome frente a él con los brazos extendidos, alejarme estaba fuera de discusión—. Tienes que secuestrar una mujer, un ser inútil y estúpido según tú, para pedir un duelo contra otra mujer, una actividad que considerarías una deshonra. Dime, Eudor ¿acaso tu honor está en tal peligro que te atreves a corregirlo con otra deshonra? Suena hasta ilógico.

—¡Anteia, olvidaste tu escudo en la sala! —Kaira salió de la casa con mi escudo en sus manos.

Fue como si arrojaran un cubo de agua helada sobre Kaira y atizaran el culo de Eudor con un hierro al rojo vivo mientras le daban de comer pimientos picantes. Su expresión de odio era indescriptible, el carmesí de su rostro, envidiable. Por un segundo soltó a Airlia, tiempo suficiente para que ella se liberara y corriera donde Kaira, defendiéndola con su cuerpo.

—Termina con él de una vez —exclamó arrancando mi escudo de las manos de Kaira. Lo arrojó en mi dirección y lo atrapé al vuelo.

—Eudor de la casa de Alcander, acepto tu desafío —ajusté mi maltrecho escudo en mi brazo izquierdo. Por suerte aún llevaba el hacha entre sus correas.

—Maldita perra, así pagas todo lo que hice por ti —gruñó al fin. Su asquerosa voz rasposa revolvió mi estómago e hizo palidecer a Kaira.

—Ella es una mujer libre ahora. En nuestras tierras no tienes permitido insultar a una, Eudor.

—¡No tienes derecho a decir mi nombre! —Desenvainó—. Me encargaré de acabar con tu vida llena de farsas y blasfemias. Tenemos derechos sobre estas tierras, ustedes las robaron. Mentiras, sedición, es lo único que saben hacer.

—Estas tierras eran libres, nadie las reclamó por sus montañas. Ahora que hemos descubierto que son fértiles, ustedes las desean como niños petulantes. —Desenvainé y caminé de lado, tratando de colocarme frente a Kaira y Airlia.

Mientras juzgaba el peso y balance de la espada, no pude evitar agradecer mentalmente a Airlia por colocar una espada nueva en mi talabarte. La mía seguramente yacía en el saco de algún chatarrero, esos que acudían como buitres al campo de batalla en busca de acero para vender.

—Son nuestras porque ustedes no tienen ningún derecho a gobernar. Por favor, solo hay que ver cómo tienen este lugar.

—Está así por culpa de ustedes y sus ataques no provocados —espeté.

—No las atacaríamos si se someten al orden natural.

Por el rabillo de mi ojo pude ver cómo Airlia llevaba a Kaira al interior de la vivienda. Perfecto, ahí estaría a salvo. Era demasiado fácil obligar a los hombres de Luthier a hablar y exponer sus ideas memorizadas desde la más tierna infancia. Grabadas a fuerza de crueldad y sangre.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora