Tambores de guerra

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El último de los mítines había terminado hacía un par de horas. El pueblo había quedado en paz, o al menos, así podría definir el ambiente quien no conociera de verdad el lugar. Lo cierto era que se respiraba un aire de profunda tensión, como si todos esperaran a que alguien abriera la boca para empezar a discutir.

Dejé a Anthea a cargo del campamento y con la firme orden de reemplazar a Cyrenne y para mi segunda, la orden de descansar hasta el día siguiente. No debía seguir exigiéndose al ritmo que lo estaba haciendo. Me odiaría por ello, pero podía sobrevivir a su ira.

Todos en el mercado me observaban con una mezcla de dudas y curiosidad en la mirada. Algunos trataron de cerrar sus puestos, temerosos de algún castigo por tener una propiedad. Alivié sus preocupaciones con rapidez y los animé a seguir vendiendo, era mejor para todos si el mercado continuaba activo y en paz. La gente ociosa tiende a pensar y actuar mal.

Recorrí el camino hacia las granjas con ligereza. Hacía muchísimo calor, casi me sentía derretir bajo la armadura y no llevaba ropas bajo ella, solo una túnica blanca sencilla que evitaba el roce de la armadura sobre mi piel, había obviado el uso de cota de malla, no habría soportado llevar alguna camisa. Incluso llevaba los quijotes sobre la piel desnuda de mis muslos, estos estaban recubiertos de cuero, así que eran cómodos. Sin embargo, no era lo mejor para llevar en un día como aquel, el sudor corría libremente y cada parte de piel cubierta se sentía como un verdadero horno.

Recibí el frescor de la sombra que proyectaba la casa de Kaira frente a sí. Sequé el sudor corría por mi frente y llamé a la puerta. Un grito divertido de Axelia fue mi anfitrión y el rostro sonrojado de Kaira al asomarse a la puerta, mi refugio.

—Llegas temprano—dijo a modo de saludo.

—No demoraron mucho en terminar—expliqué entregando la bolsa con la compra en sus manos y mi escudo en una de las esquinas de la sala.

—Puedes descansar si gustas—invitó con una sonrisa señalando la habitación—. Me temo que Axelia está haciendo algo de ruido, ese peluche que le regalaste está a punto de morir en sus manos—explicó mientras se dirigía al fogón.

—Le compraré otro—aseguré— ¿De verdad no te molesta si duermo un rato? —rodeé su cintura con mis manos y observé por encima de su hombro como agitaba el guiso que burbujeaba en el fogón—. No es mucho el tiempo que tenemos para compartir.

—Me doy por servida con que estés bajo el mismo techo—acarició mis manos unidas sobre su vientre—. Tenerte en casa me conforta mucho—admitió—. No importa si estás tan dormida como un oso.

—Yo no duermo como oso, pero creo que cenaré como uno.

Deposité un beso en su sien y ahogué un bostezo con mi mano. Contra todos los deseos de mi corazón me alejé arrastrando los pies en dirección a la habitación principal. En ella se encontraba Axelia sentada sobre mi raída capa y rodeada por pequeños tablones de madera a modo de cerco. Al verme extendió los brazos en mi dirección.

—Espera que me quite esto—señalé mi armadura, pero Axelia no parecía entender. Sus ojos se llenaron de lágrimas y tuve que levantarla antes que estallara el pequeño volcán— Eres bastante terrible ¿Lo sabías?

Axelia solo aplaudió y luego bostezó. Pronto recostó su cabeza contra mi hombro y cerró sus ojos. Suspiré, no podía quitarme la armadura sin perturbarla. Con mi mano libre retiré los quijotes y mis guantes. Dejé a un lado de la cama el talabarte con mi espada y mis dos dagas. Pese al movimiento, Axelia permaneció profundamente dormida, así que decidí probar a dejarla sobre la cama, de inmediato protestó a viva voz. Rodé los ojos, no habría forma de quitarla de mis brazos sin molestar a Kaira.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora