Desequilibrio

388 69 64
                                    

Flavian nos recibió con una sonrisa preocupada cuando tocamos su puerta. Tenía el cabello de punta, probablemente había estado tirando de él a causa de la preocupación.

¿Cómo podía informarle? Sus ojos estaban desesperados, casi fuera de sus orbitas, tenía las sienes llenas de sudor y no paraba de retorcer sus rugosas manos entre sí.

—¿Encontraste a mi hijo? ¿Está en prisión? Juro que ese muchacho va a ser mi muerte—masculló.

—Flavian—susurré aún sin encontrar la respuesta a mis dudas—. Será mejor que te sientes.

El noble granjero asintió y se apartó para dejarnos pasar. Con un gesto le indiqué a Dasha y a Airlia que esperaran afuera, sus armaduras estaban manchadas con la sangre de Colin.

—Flavian, yo no sé cómo decirte esto—empecé.

—¿Qué le ocurrió a mi muchacho? Juro que lo que sea que haya hecho lo hizo sin intención. Es un buen niño.

Mis ojos ardieron y tuve que parpadear con fuerza para apartar las lágrimas.

—Se encontraba en una revuelta en el pueblo, cerca del mercado. Se abalanzó sobre una de las reclutas y su compañera reaccionó—sacudí la cabeza—. Fue instantáneo.

Flavian se levantó y caminó tambaleante hacia la puerta. La abrió de un tirón y antes que pudiera detenerlo, se arrojó sobre Dasha y Airlia.

—¡Esa es la sangre de mi muchacho!

Para su mérito, ambas chicas no se movieron, permitieron que aquel hombre desesperado arañara sus armaduras y las zarandeara llevado por la fuerza de su dolor.

—Fue un terrible accidente, que, como todos, nunca debió ocurrir, Flavia—dije al verlo caer de rodillas frente a las dos petrificadas reclutas.

—¿Dónde está su cuerpo? —inquirió con voz trémula, llena de lágrimas.

—Aquí—señalé la carreta con una mano. Dasha y Airlia habían tenido el tacto suficiente como para dejarla a un lado de la casa, cerca del granero—. Puedo ayudarte si lo necesitas. No estás solo—coloqué mi mano en su hombro al decir aquello, pero la sacudió con violencia y clavó en mí sus ojos inyectados en sangre.

—Ya han hecho suficiente.

Incliné la cabeza en muda aceptación y con un gesto le indiqué a las dos reclutas que me siguieran. Avanzamos a pie, sabía que Cyrenne y las demás regresarían mi caballo al campamento. Aquel paseo era necesario para calmar mi mente y ayudarme a pensar con la cabeza fría.

—Comandante—llamó Dasha tratando de sonar valiente.

—Ahora no, ya tendremos tiempo de hablar en el campamento—espeté. Tenía un plan en mente, la ley podría excusarlas, pero no mi moral. Iban a aprender incluso si era por las malas.

Al llegar al campamento les indiqué que me esperaran en el campo de entrenamiento. Me dirigí a mi habitación y me permití perderme unos instantes en el agua tibia de la jofaina. Al parecer Kaira tenía por costumbre dejar una jarra siempre junto al fuego, no fue difícil encontrar agua caliente para aliviar la tensión que sentía en el rostro.

Un trueno resonó en la lejanía, el día se había vuelto oscuro y gris, la tormenta asechaba a unos cuantos kilómetros de distancia. Suspiré, eso no iba a detenerme. Dejé de lado la jofaina y partí rumbo al campo de entrenamiento. Ambas reclutas estaban de pie una al lado de la otra, mirando en silencio hacia la tarima. Airlia se notaba nerviosa, pero lo ocultaba bien. Las manos de Dasha temblaban casi sin control.

Con parsimonia paseé entre Dasha y Airlia, mi paso era firme, aunque agotado. Ambas luchaban por no intercambiar miradas nerviosas, pero les era imposible. Estaban demasiado concentradas en la seguridad de la otra, les faltaba objetividad y era algo que debían aprender, tarde o temprano.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora