Obsesión

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Mi regreso a la frontera transcurrió sin mucho que resaltar. Por el camino encontré algunas mensajeras, quienes, aliviadas, me acompañaron la mayor parte del camino. Si se sentían seguras al viajar conmigo, yo no les diría que no podría asegurar sus vidas. A veces, existe un gran alivio en la ignorancia, cierta felicidad perpetua que solo la inteligencia y el conocimiento pueden arruinar.

Cuando alcanzamos Lerei, las mensajeras se quedaron en la posada del pequeño pueblo. Yo desistí su oferta de permanecer ahí el resto del día y partir mañana al amanecer hacia el campamento. No podía dejar aquel lugar sin supervisión demasiado tiempo, además, debía continuar mi búsqueda de pistas. Tenía que encontrar algún cabo suelto del cual tirar para descubrir a los responsables del secuestro de Gaseli.

Repentinamente, las bayas pesaron en mi pecho. Sabía que Gaseli llevaba algunas consigo y que haría uso de ellas si de presentaba la oportunidad. No se sometería a una vida de esclavitud y abusos. Ella era la heredera de un reino.

Permití que mi corazón llorara a aquella joven durante el resto de mi viaje. Una vida que apenas comenzaba a experimentar los placeres y las amarguras del mundo. Un destino cuya luz se había apagado tal vez, hacía muchas semanas atrás.

—Con que no te decapitaron. Ya esperaba yo a una mensajera con un edicto real nombrándome nueva comandante—bromeó Cyrenne al verme llegar. Sujetó las riendas de mi caballo y me ayudó a bajar.

—Deja las bromas de lado—espeté. Deseaba conocer cuanto antes, el estado del campamento—. Quiero un informe completo.

—Vaya, quiero pensar que estás en tus días—negó con la cabeza, pero no continuó con sus bromas. Eso era algo que admiraba en Cyrenne, su capacidad para leer las condiciones y actuar en consecuencia—. No hemos tenido ninguna eventualidad, ningún ataque ni accidentes durante los patrullajes. Las reclutas, sin embargo, son otra historia.

Sentí los inicios de un dolor de cabeza en mis sienes y sacudí la cabeza ¿Qué habían hecho aquellas niñas?

—Empezaron una revuelta por comida. Dicen que si no las alimentamos correctamente que al menos les permitamos cazar.

—¿Les explicaste que no pueden cazar debido al clima?

—Por supuesto, pero te vieron partir y asumieron que el clima sería benevolente con ellas.

—Para benevolente yo—gruñí perdiendo la paciencia. Ni siquiera los guerreros de Luthier atacaban en invierno— ¿Qué hiciste con las cabecillas?

—Nada, decidí aplicar un poco de terror mental. Les dije que esperaran a tu regreso, que entonces conocerían su destino. Además, no conozco a las responsables. Las reclutas no han dicho ni una palabra—agregó leyendo mi expresión—: Por suerte, no tuvimos pérdidas que lamentar.

—Muy oportuno. Una muestra de fuerza y valor, pero mal encaminada—rodé los ojos. Lo que menos deseaba era llegar castigando a jovencitas rebeldes. Más no podía faltar a la palabra dada por Cyrenne—. Reúnelas en el patio de entrenamiento, vamos a resolver esto de una vez por todas.

—¿Estas seguras? Luces cansada—repuso Cyrenne caminando de prisa para alcanzar mis rápidas zancadas.

—Necesitamos la máxima eficiencia, no puedo permitirme el lujo de tener un montón de indisciplinadas como reclutas.

Cyrenne asintió y partió en la dirección contraria. Tomé aquellos minutos para descansar detrás de la tarima que gobernaba el campo. Cuando los cuchicheos llenaron el espacio, me erguí y subí la tarima. Cyrenne se encontraba a la izquierda de las columnas en las cuales estaban organizadas las nerviosas reclutas. Aquí y allá observé miradas rebeldes, retadoras. Sonreí, no quedaría mucho de eso después de este día.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora