Retorno

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El viaje de tres días se redujo a dos, ya no era necesario arrastrar pesadas carretas. Aún llevábamos guerreras en ellas, pero eran mercancía mucho más ligera y menos frágil que alimentos, líquidos, tejidos y alfarería. Además, era mucho más recomendable viajar a toda prisa, llevábamos demasiado oro en nuestras alforjas y aunque el riesgo parecía haber disminuido, estar alerta era necesario.

Nuestra travesía se hizo mucho más rápida, a media mañana nos topamos con la desvencijada posada, compramos algunos alimentos y vino para refrescarnos y seguimos adelante.

—Si no nos apresuramos, nos toparemos con los cadáveres al atardecer. No soy delicada, pero no me apetece acampar junto a cadáveres malolientes—dijo Cyrenne justo cuando el sol brillaba impune a nuestra diestra.

—Lo sé, debemos darnos prisa —Giré mi caballo y recorrí la caravana al trote— ¡Si no desean dormir abrazando un cadáver, es mejor que apresuren el paso!

Como por arte de magia las guerreras apuraron el paso. Un poco de presión y trabajo extra no las mataría. Habían entrenado para soportar condiciones aún más duras. Tal vez podíamos descansar esta noche y seguir sin parar todo el día siguiente. La perspectiva de una cama suave luego de una noche a la intemperie era demasiado tentadora y por supuesto, la posibilidad de esquivar a pueblerinos desesperados por oro. Era mejor llegar antes y organizarlos según sus recibos a ser jaloneadas, insultadas y atacadas por una multitud ansiosa por el oro.

El oportuno aviso de Cyrenne nos llevó a encontrar el campo de batalla cuando al sol le faltaba un palmo para besar el horizonte. Aún teníamos tiempo para dejar atrás la dantesca escena.

Sobre el pasto y sobre la tierra rocosa descansaban los cuerpos de aquellos caídos en batalla. Ante la mortecina luz del sol todo tomaba un cariz mucho más lúgubre. Los cuerpos rígidos, pálidos y cubiertos con las últimas moscas del día formaban un terrible cortejo para nuestra caravana.

El olor a muerte no era aún tan intenso, sin embargo, escuché algunas arcadas entre las guerreras. Lo que más apestaba el lugar eran las vísceras y la sangre. Algunas ratas atrevidas abandonaban la seguridad del monte y corrían. roer la carne corrupta, muchas huían despavoridas con un trozo de hígado o de tripa hacia sus madrigueras.

Cyrenne dio vuelta en su caballo, atenta a cada expresión en las guerreras. Su ceño fruncido me indicó que, a parte del más profundo asco, las guerreras no mostraban otra expresión.

—Dudo que puedan sentir algo más que repulsión—expresé mientras cubría mi rostro con parte de mi capa. No deseaba que las inmundas moscas cubiertas de muerte se posaran en mi piel. Cyrenne me imitó.

—No lo entiendo ¿Entonces no existe traidora alguna en el ejército?

—O la hemos dejado atrás, en Erasti—repuse en voz baja.

—Es muy probable. En todo caso, sospechará que hemos tomado este camino.

—¿Crees que en Erasti existan traidores e informantes de Luthier? —inquirí con cierta preocupación.

—Lo sabremos esta noche—respondió Cyrenne con tono siniestro.

La noche nos alcanzó lejos de los cadáveres. La luna menguaba ya, su pálido color apenas y alcanzaba para iluminar algunas ramitas y nos vimos obligadas a dormir con solo un trozo de pan y un sorbo de vino en el estómago. Nada de carne de cacería para nosotras. Era algo positivo, nos mantendría alertas durante toda la noche.

—Bien, suéltalo —indiqué a Cyrenne al sentirla dar la enésima vuelta a mi lado.

—No tengo nada que soltar —bufó.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora