Prueba

316 47 47
                                        

Resolvimos regresar con la caravana principal, habíamos recibido el mayor ataque, pero eso no eximía a las demás de ser atacadas. La desesperación podía ser un gran aliciente para llevar a cabo las más descabelladas empresas.

—A este ritmo los alcanzaremos cuando lleguen a Erasti—protestó Eneth.

—Nunca sabes si puedes llegar el momento adecuado, Eneth. Además, recuerda que regresaremos con oro. Ambos viajes son peligrosos—aunque mis labios aseguraban tal cosa, mi mente se mantenía calma. Si teníamos a la espía con nosotros, no podría informar a sus compañeros para un posible ataque. El oro estaría a salvo. Por supuesto, eso si no había traidores en Erasti, pasaríamos ahí la noche.

Resolví no informar el plan de regreso mientras estuviéramos en Erasti. Lo decidiría sobre la marcha, con Cyrenne. Sospechaba que nos haría pasar por el campo de batalla para observar cuidadosamente cada expresión de las guerreras y reclutas cuando nos encontráramos con los cadáveres de los bandidos.

Para mi suerte, y la de mi paciencia, Eneth no volvió a abrir la boca en todo el viaje. Athanasia cabalgaba en la parte final del grupo, la herida en su pie le impedía llevar un paso más rápido, el movimiento de los estribos le era un tanto insoportable.

Miré sobre mi hombro y pude notar como su rubio cabello resaltaba contra el azul del cielo. Su piel tenía un tinte casi gris y casi iba acostada sobre el lomo de su caballo. Suspiré, el estúpido ego de las casas nobles solía ser su perdición. Ella se consideraba una feroz guerrera y, por ende, podía soportar un "pequeño agujero" en el pie.

Decidí ignorarla, si moría bien podíamos llevar su cadáver a Erasti y que allí se encargaran de todo el proceso. De seguro habría miembros de su casa en la ciudad.

Concentré mi vista en la muralla que se acercaba, apenas era una cerca en el horizonte, un grupo de rocas y almenas que resaltaban sobre la planicie. A nuestro lado pasaban algunas granjas y sembradíos sencillos, ellos comercializaban directamente con Erasti, vivir tan cerca de la muralla les ofrecía protección, pero las tierras de esta zona no eran tan fértiles. La mayoría de los habitantes de esta zona se dedicaban a la artesanía y a la herrería.

—Comandante ¿Cree que podemos parar a descansar? —una joven recluta había roto la formación para realizar una petición válida. Nos acercábamos a una posada tan destartalada que parecía mantenerse en pie por obra de la magia. Fuera y sentada con la el respaldar de la silla inclinado sobre la pared se encontraba la dueña. Una viejecita que tenía cualquier aspecto menos uno delicado o débil.

—No vuelvas a romper la formación—regañé a la chica—. Y si, pararemos a tomar algo—la recluta sonrió—. Todas menos tú. Si quieres decirme algo pasa el mensaje con tus compañeras.

Paramos en la posada y compramos vino y cerveza para todas. El queso y el pan daban mala espina, así que lo evitamos. Por suerte el jamón se veía fresco, compramos un par de piezas y reanudamos el viaje con el corazón más ligero y la cabeza en las nubes.

Tal y como lo predijo Eneth, llegamos a la muralla más allá del anochecer. La guardia de turno nos recibió con un saludo desde las almenas, tocó una campana tres veces y las pesadas puertas de roble reforzadas con listones de acero se levantaron pesadamente. La reina Katiana lo había ordenado así, las puertas dobles eran un peligro para la seguridad, se abrían con facilidad. Una puerta única con mecanismo de ascensor cuyo borde descansaba en una fosa recubierta de rocas y de metro y medio de profundidad no lo era. Cualquier enemigo podía atacar con un ariete y la puerta resistiría por largo tiempo.

Erasti nos recibió a todas con su característica cadena de montañas al sur, era el fondo perfecto para la ciudad, la cual estaba bastante alejada de la muralla, algo muy sensato, pues hasta hacía muy poco, Erasti había fungido como una frontera.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora