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Cyrenne había sido transportada al campamento en horas de la madrugada. La eficiente Airlia se había encargado de organizar su traslado con guerreras de confianza, había incluido un mensaje donde me explicaba su proceder, aseguraba que Cyrenne levantaría sospechas si la encontraban en la granja y que mientras recogía algunas hierbas para el desayuno, había escuchado hablar a dos granjeras vecinas sobre un grupo de mujeres que las había amenazado el día anterior.

Airlia tenía razón, el mejor lugar para Cyrenne era el campamento. Sería una gran comandante algún día. Sabía exactamente cuándo y cómo actuar, aun si parecía ir contra mis órdenes.

También era necesario pensar en la salud de Cyrenne. Estaría mejor en el campamento. Su estado era muy delicado, por lo que tardaron algunas horas en recorrer el camino hacia el campamento sin agitarla demasiado. Según Ileana, mi segunda necesitaría descansar por meses antes de pensar siquiera en levantar una espada. Incluso sus habilidades menguarían, combatir con un ojo era muy diferente a hacerlo con dos.

—Son unos desgraciados —susurré sujetando una de sus manos.

—Son principiantes, no saben sacar información sin hacer un gran daño —masculló agotada. Ileana había cambiado los vendajes y aunque ya no se veía tan manchada de sangre, si lucía cataplasmas verdes aquí y allá.

—No sabes cuánto lo lamento —susurré—. No debí enviarte sola detrás de ellos.

—Fue mi error, pude seguirlos un par de calles, pero descuidé mi espalda. La perseguidora se convirtió en la perseguida. —Rodó el ojo sano y protestó—. Olvido que no debo mover demasiado el ojo que me queda, no mientras sana la herida del que perdí.

—Son unos desgraciados —bufé con ira.

—Son unos tontos. Juro que uno se meó los pantalones cuando me escuchó reír.

—Lo cierto es que estás un poco loca, Cyrenne.

—Cuando debes pasar días en manos de una desgraciada que se hace llamar tu tía y cuya única meta es sacarte de la familia, es normal perder la cabeza. —Se movió levemente bajo las sábanas para buscar un ápice de comodidad—. Mi hermana lo pasó peor y lo sabes.

—¿Por qué son así? —inquirí.

—La nobleza de este reino ha perdido el rumbo, Anteia. —Sujetó mi mano con fuerza—. Lo único que me alegra en esta vida es saber que no tuviste que pasar por eso.

—Viví mi propio infierno, lo sabes bien.

—Todas lidiamos con uno. —Sonrió con debilidad y cayó dormida.

Aparté algunos mechones de oscuro cabello de su rostro. Había mechones que estaban achicharrados en algunas partes. Cyrenne aún se sentía demasiado confundida como para recordar el lugar al que la habían arrastrado. Solo recordaba un sótano. Por lógica se trataba de un lugar apartado, porque nadie la escuchó gritar, o tal vez, no les importó.

El gran problema era que en la frontera había demasiados lugares apartados, muchos espacios donde proliferaba lo ilegal y los complots.

En cuanto Cyrenne recordara algo más, lanzaría una redada, había muchas víboras creciendo entre nosotros y era hora de exterminarlas a todas.

Recordé entonces los soldados de Luthier que Dasha había capturado. Eran dos asquerosos monstruos los que se encontraban en los calabozos. El que había amenazado a Demian y uno que fingía estar muerto en el campo de batalla. Huracán había pisado su pierna por error y él no había podido contener un grito. Dasha lo redujo rápidamente y lo llevó junto a su compañero al campamento.

Me dirigí a los calabozos. Los habíamos construido con roca sólida y argamasa. No tenían ventanas, solo un pequeño agujero en el techo del tamaño de una cabeza y sellados con barrotes. A través de estos se colaba la luz del sol y la lluvia. Podían ser los mejores amigos de los prisioneros, pero también, sus peores enemigos.

Deber y TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora