A UN PASO DE PERDERTE 7

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Capítulo 7

Año 2011.

Jess había gastado ya la mitad de las cincuenta libras y sabía que tenía que decidir qué hacer.

Al salir de la biblioteca el otro día había cogido un folleto de un expositor sobre «Consejos de alojamiento y servicios de asistencia». Contenía datos sobre refugios de emergencia y albergues que ofrecían alojamiento temporal en el barrio, así como instrucciones para solicitar alojamiento más a largo plazo.

Uno de los refugios estaba solo a un par de calles de la biblioteca y, sintiéndose animada por primera vez en mucho tiempo, se había acercado dando un paseo.

A medida que se aproximaba vio un corrillo de hombres encorvados en el porche, fumando. Con sus rostros angulares, ojos entrecerrados y desconfiados y hombros hundidos, le recordaron a la clase de personas con que se relacionaba el jefe. Pasó de largo con el corazón acelerado.

El chorro de agua menguó de nuevo y de mala gana cogió una toalla. Era pequeña y rasposa, del cuarto de baño de Greenfields Lane, y llenó la cabina de ducha bien iluminada de un olor a moho. Mientras se restregaba para secarse, sus pensamientos se detuvieron en el mismo viejo surco en el que llevaban todo el fin de semana dando vueltas. Era como un prisionero caminando sin parar y examinando en vano las paredes de su celda en busca de una vía de escape. Para conseguir un lugar decente donde vivir necesitaba dinero. Para conseguir dinero necesitaba un trabajo, y para conseguir un trabajo necesitaba un lugar donde vivir. Incluso si conseguía encontrar un empleo que no le exigiera entregar un currículo o un impreso de solicitud, tenía que adecentarse mínimamente.

Mientras se secaba el pelo con la toalla vio su cara reflejada en el pequeño espejo de la pared de la cabina. Bajo las luces halógenas su piel tenía un aspecto apagado y grisáceo, con manchas rojas rugosas a ambos lados de la nariz y la frente. Era lo que pasaba cuando te lavabas con jabón y no usabas crema hidratante. Se miró más de cerca. Las cejas, que se depilaba hasta dejar en forma de arcos finos y elegantes desde los catorce años, habían perdido la forma y le avanzaban por la frente como orugas negras sin rumbo. Soltó un leve gemido de asco y desesperación. ¿Contarían unas pinzas de depilar como artículo de primera necesidad? Al menos ahora tenía algo de ropa, gracias a la señora tan amable de la tienda pija de segunda mano. Claro que unos leggings de leopardo, un jersey rosa con la palabra «Gatita» hecha de lentejuelas en la parte delantera y varias camisetas con expresiones del tipo «Quiero golosinas», «WTF» o «Wild» estampadas no eran exactamente su estilo, pero aun así se sentía agradecida. En la bolsa venían también algunas cosas más prácticas. Para empezar, los zapatos, que eran un regalo del cielo, un vestidito floral, una minifalda vaquera y una chaqueta de punto azul marino. Estas dos últimas prendas eran las que llevaba aquel día debajo de la cazadora de cuero. Con ellas se sentía alguien distinto a la chica que se había dejado convertir en marioneta del jefe, en el blanco de sus iras, y también de la que se había ocultado bajo una gabardina prestada. Era una sensación agradable.

Era domingo por la mañana y el vestíbulo del centro de ocio estaba atestado de niños. Empezaba una fiesta de cumpleaños y los pequeños, sobreexcitados, corrían por todas partes. El padre anfitrión era fácil de identificar gracias a su expresión de apenas contenida desesperación mientras trataba de controlarlos. Un olor a café se imponía al del cloro y le provocó a Jess un hormigueo en la boca. Procedía de una cafetería de aspecto elegante en la entreplanta que daba a la piscina, donde los padres podían hacer que seguían las clases de natación de sus hijos mientras leían el periódico y bebían esa clase de bebida espumosa y refinada que Jess no podía ni pronunciar ni permitirse. Ahuyentó decidida la tentación y se dirigió hacia la puerta. Justo al lado de esta había una máquina expendedora. Se detuvo y la miró con anhelo. Vasos de papel, leche en polvo, café instantáneo y amargo…, pero al menos estaría caliente y estaba empezando a dolerle la garganta.

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