Capítulo 12.
Olía a hierba fermentada y a moho, olores a los que se imponía un hedor más intenso a sudor. La luz era turbia y el aire húmedo. Madame Anoushka no estaba por ninguna parte, pero justo cuando Candy se disponía a marcharse apareció por detrás de una delgada cortina hecha con un chal apolillado.
—Siéntese, niña. Su voz era ronca, mezcla de acento ruso y cockney. Estaba envuelta en chales y humo de cigarrillo… Seguramente venía de fumarse uno a escondidas detrás de la tienda. Detrás de las capas de kohl y rímel, sus ojos brillaron al posarse en Candy, como si acabara de recordar algo divertido.
Deslizó un platillo esmaltado sobre la mesa en el que, se dio cuenta Candy, debía depositar dinero. Rebuscó en el bolsillo del vestido y puso de mala gana media corona, puesto que no tenía nada más pequeño. No le parecía apropiado preguntarle si tenía cambio. En un visto y no visto, madame Anoushka hizo desaparecer el dinero bajo el mantel de felpilla morada y se puso a servir té de una deslustrada tetera con infiernillo. Candy se animó un poco.
Después de llevar toda la tarde de pie sirviendo té a otras personas, la idea de tomarse ella una taza le resultaba muy agradable. Era un té negro con fuerte olor a hoguera. La mujer la miró a través del vapor con los ojos glotones de un mirlo que observa un gusano.
—Creo que empezamos por mano. Siento que tiene manos de persona sincera. Enséñemelas. Caramba, pensó Candy mientras apoyaba algo incómoda las manos en la felpilla morada. Esperó que no fueran demasiado sinceras. Madame Anoushka le cogió la muñeca, le hizo poner la palma hacia arriba y se inclinó de modo que Candy pudo ver la costura blanca en las raíces de sus cabellos anaranjados. Estuvo mirando largo rato haciéndole girar la mano en un sentido o en otro, como si estuviera leyendo algo escrito de verdad.
Candy fijó la vista por encima de su cabeza en la aspidistra que había en una maceta a su espalda y dejó que sus pensamientos deambularan deliciosamente en lo que la esperaba aquella noche mientras los ruidos de la feria flotaban al otro lado de la lona. Faltaba el concurso de disfraces, luego habría que soportar la entrega de premios y recoger… Serían al menos las seis cuando por fin terminara. Para cenar, ensalada; que el reverendo Stokes se quejara todo lo que quisiera. Su vestido estaba colgado en la puerta del armario… No era más que el de lunares azul marino y blanco que solía ponerse para ir a la iglesia, pero después del verde que se había puesto la última vez, era el mejor que tenía. Se preguntó si podría darse otro baño antes de salir…
—Está usted casada. Candy dio un respingo alarmada y estuvo a punto de retirar la mano de las de la pitonisa. Le llevó un segundo darse cuenta de que se trataba de una simple aseveración, no de un reproche.
—Ah…, ¡sí! Estoy casada. Aquello no demostraba poderes psíquicos algunos, puesto que Candy llevaba puesta la alianza y sin duda Ada la había identificado como mujer del párroco.
—Hay ruptura en línea del matrimonio… Significa separación…, vivir separados. En aquel momento debía de haber montones de personas con rupturas en las líneas del matrimonio, pensó Candy. Empezaba a impacientarse. Madame Anoushka estaba siguiendo una línea en la palma de su mano con una uña larga y algo sucia; la sensación le provocó a Candy un escalofrío involuntario.
—Percibo pasión. Gran pasión. Pero también cautela. Es temerosa. No confía fácilmente. —Pasó la garra manchada de nicotina por la línea curva debajo del pulgar de Candy—. Pero tiene mucho que dar. La pasión de que hablaba. Y amor. Mucho amor que dar tiene usted. Ahora, beber el té.
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A UN PASO DE PERDERTE
RomanceUnirse en matrimonio en tiempos de guerra es difícil, pero es más difícil descubrir que tus sueños se derrumban el primer día de casados. Pero entonces Candy conoce el verdadero amor con Terry y sin embargo un abismo lo separa. Él juro amarla toda...