Capítulo 8
año 2011.
Estaba cansada de estar a solas con sus problemas. Había pasado ya una semana desde que huyó del jefe.
Al principio la casa había sido un santuario, pero si no reunía fuerzas y se marchaba, pronto se convertiría en una cárcel. En una tumba, incluso. Con o sin maquillaje, necesitaba salir.
Arriba, en el dormitorio de la parte delantera, se sentó en el pequeño taburete frente al tocador y, después de inspirar profundamente, abrió el primer cajón. Había estado evitando hacer aquello, no solo porque el instinto le decía que no estaba bien revolver en los objetos personales de otras personas, sino también porque le parecía siniestro. Pero ya no podía permitirse ser escrupulosa ni aprensiva. No con esas cejas. Tal y como había sospechado, el cajón era un museo de cosméticos antiguos: un frasco de un perfume llamado Flamenco que los años habían vuelto de un color marrón pútrido, un bote de laca para el pelo, un tarro de crema hidratante (le quitó la tapa y la olió, preguntándose si serviría para eliminar las rojeces escamosas que tenía en la piel). Había un postizo, amarillento y apelmazado como un animal muerto. Con un escalofrío lo apartó ayudada de un peine, en cuyas púas había todavía enredados algunos cabellos rubio plateado. El fondo del cajón estaba lleno de horquillas, pero no había rastro de pinzas de depilar. Lo cerró y abrió el siguiente. Docenas de pares de medias enroscadas como pieles de serpiente desprendidas junto a ordenados montoncitos de guantes; los dedos de los que eran de piel estaban ligeramente curvados hacia arriba, lo que les daba una tétrica apariencia de manos muertas. Cerró el cajón deprisa y abrió el último preparándose para lo que pudiera encontrar. Camisones. Anticuados; prendas de nailon resbaladizo en colores pastel rematados con encaje amarillento; una bata de noche acolchada color azul con lazos deshilachados en el cuello. Quiso cerrar el cajón, pero empujó demasiado rápido y este se atrancó. Con una punzada de asco, empezó a aplastar la bata de noche y notó algo duro debajo. Apartó las prendas de vestir y encontró una caja de zapatos cuya tapa se había descolocado, lo que había provocado que se atascara el cajón. Al enderezarla se dio cuenta de que la caja no contenía zapatos, sino papeles. Apilados de pie, pulcramente en fila, como en un archivador.
—¡ Vaya! —dijo en voz alta en el silencio enmohecido—. Cartas.
Año 1943.
6 de marzo de 1943.
Estimada Nancy:
Espero que haya abierto esta carta en lugar de tirarla al deducir que dentro no iba su reloj. Creo que lo he encontrado, pero no he querido echarlo al correo por si se rompía, lo interceptaban los censores o algo así. Es tal y como lo describió y en la parte de atrás lleva las iniciales C. A. y una fecha. Si lo reconoce, hágamelo saber y veremos la manera de devolvérselo. Espero conseguir otros dos días de permiso el mes que viene. Tal vez, y puesto que lo del correo no es muy buena idea, podamos quedar en algún sitio de Londres y así se lo devuelvo en persona.
Desde que nos vimos he volado en dos misiones, un alivio después de tanto esperar a que el tiempo se despejara desde que llegamos aquí. Da la impresión de que falte todavía mucho hasta completar las veinticinco que debemos cumplir, pero algo es algo. En fin, que quería que supiera lo del reloj.
Espero que sea el que estaba buscando y que se alegre de saber que está a salvo. Dígame lo que quiere que haga con él.

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A UN PASO DE PERDERTE
RomanceUnirse en matrimonio en tiempos de guerra es difícil, pero es más difícil descubrir que tus sueños se derrumban el primer día de casados. Pero entonces Candy conoce el verdadero amor con Terry y sin embargo un abismo lo separa. Él juro amarla toda...