Capítulo 9.
Año 1943.
Era un día azul lleno de ruidos y de sol. En una esquina de Trafalgar Square, Terry se sentía extrañamente pequeño, como uno de los soldados de juguete con los que solía jugar de niño. Los muchachos de la base no dejaban de comentar lo pequeña que era Inglaterra —cabía cuatro veces en Texas, decían—, pero los edificios a su alrededor le parecían gigantes, acostumbrado como estaba a llanuras y a casas bajas de chapa como latas abiertas por la mitad y a ver ciudades alemanas desde nueve mil metros de altura.
El día anterior a esas horas había estado sobrevolando Wilhelmshaven, lanzando bombas a la base de submarinos que había allí. Una semana antes había sido Bremen. ¿Solo había pasado una semana? Los intervalos en su cabeza se extendían y contraían en un intento por asimilar el horror de los recuerdos: aviones enemigos que salían de una nube como un enjambre de abejas, quince bombarderos abatidos con sus tripulaciones.
Se frotó la frente con los dedos como si así pudiera olvidar. Con un suspiro, se preguntó si vendría ella o enviaría a su amiga. En cualquier caso, daba lo mismo. Al otro lado de la plaza, en las escaleras de la National Gallery, se formaba una cola para el concierto de mediodía y suspiró por una hora tranquila en compañía de Bach para apaciguar la tormenta que rugía en su interior.
Miró el reloj y, al levantar la cabeza, la vio. Llevaba un vestido del mismo verde que sus ojos y de las hojas nuevas en los árboles que bordeaban la plaza y se abría paso en un mar cambiante de gente. No le había visto, así que por un momento la observó y comparó su imagen real a la de la muchacha de su fotografía, arrodillada en la iglesia en ruinas. Ahora su aspecto era distinto. Más conservador. El de una mujer casada en vez de una niña frágil. Comprobó que sentía una ligera decepción. Caminó hacia ella sin prisas y la vio titubear nada más verle. Se quedó quieta, de modo que la gente tenía que rodearla para pasar.
—Hola.
—Hola.
—No estaba seguro de que fuera a venir. Quiero decir que pensé que tal vez enviaría a su amiga. Nancy. Lo dijo porque era algo con que rellenar aquel primer momento de incomodidad, pero se arrepintió casi de inmediato, por si daba a entender que aquel encuentro era algo ilícito o le daba un significado que no tenía.
Ella negó suavemente con la cabeza haciendo bailar su pelo de rizos brillantes; la brisa atrapó uno de ellos y se lo puso en la cara. Con cuidado, se lo sujetó detrás de la oreja.
—Quería verle en persona para darle las gracias por encontrar el reloj.
Había ajetreo y la gente, que se dirigía con prisa a almorzar, tenía que desviarse de su ruta para esquivarlos. Un hombre con gafas y traje estuvo a punto de chocar con Candy cuando esta se hizo a un lado para dejar pasar a dos muchachas del cuerpo de voluntarias del ejército y una paloma que buscaba migas de bocadillos. Terry la cogió del brazo y la atrajo con cuidado hacia sí para que no estuviera en medio. Había metido el reloj en un sobre con su dirección, de manera que si no regresaba de alguna misión área siguiera habiendo posibilidades de que llegara hasta ella. Ahora lo sacó del bolsillo interior de la chaqueta y se lo dio.
—Tome. Sano y salvo. Tal vez quiera abrirlo y comprobar que es el suyo, aunque me temo que, si no lo es, no tiene mucha solución ya.
C. A. 1942, ¿verdad?
—Sí. Me lo regalaron mis suegros por Navidad. El alivio y quizá también algo de gratitud habían suavizado un poco su rigidez inicial. Echaron a andar y dejaron atrás las fuentes, en dirección a la National Gallery.

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A UN PASO DE PERDERTE
RomanceUnirse en matrimonio en tiempos de guerra es difícil, pero es más difícil descubrir que tus sueños se derrumban el primer día de casados. Pero entonces Candy conoce el verdadero amor con Terry y sin embargo un abismo lo separa. Él juro amarla toda...