EPÍLOGO.
El ancho cielo es de color añil intenso, resplandeciente. Las estrellas empiezan a apagarse y hay una franja dorada rosácea allí donde se encuentra con el azul más opaco del mar, anunciando la llegada de un nuevo día. La casa está en la playa, exactamente donde él había dicho que estaría. Las habitaciones son grandes y espaciosas y cada una conduce a la siguiente de manera que sientes que puedes respirar, desplegarte y relajarte. Y luego están esas paredes de cristal, con vistas a una extensión de arena clara y océano. En el cuarto de estar hay sofás enormes alrededor de la chimenea. En el suelo hay una alfombra de pelo blanca.
La familia de Terry había ido a recibirla, a dar la bienvenida a aquella mujer inglesa mayor que conoció a su padre y abuelo antes que ellos y que había cruzado el Atlántico en avión para estar con él en sus últimas horas.
Durante un rato la casa había estado llena de gente, de voces y de una curiosa atmósfera de tierna felicidad que era casi como una celebración. Luego, con amabilidad y tacto infinitos, todos se fueron y los dejaron solos.
Otra vez. Se ha completado el círculo. Sobre la cama hay fotografías desperdigadas como hojas de otoño descoloridas.
Anoche Candy se acostó a su lado y las miraron juntos, maravillándose de aquella belleza de juventud, dorada y revivida en el suave resplandor de la lámpara. La fotografía que Terry le había hecho en las ruinas de St. Clement está arrugada y con los bordes rotos, pero les devolvió a aquel momento con tal claridad que al verla Candy se quedó sin aliento.
La sed intensa de su primera resaca, la angustia por haber perdido el reloj (¿qué habría sido de él? Llevaba años sin verlo), la incomodidad por la presencia de aquel americano desconocido.
La cara de esa chica es impenetrable y ensimismada. No sabe lo que le depara el destino.
Qué distinto habría sido todo de haber podido saberlo. Cuántas cosas habría hecho de manera distinta. Pero ya es tarde. El tiempo de elegir ha pasado. La pálida franja de cielo crece en el horizonte; agua que cae sobre la tinta diluyendo la oscuridad.
El pecho en el que reposa la mejilla de Candy está inmóvil y la mano que tiene en la suya empieza a perder su calor. Pero sigue asida a ella. En un ratito se soltará. Se levantará, avisará a las enfermeras que rondan por la casa e irá a buscar a Joe y Ryan. En un ratito.
Pero por el momento está saliendo el sol y el cielo se vuelve rosa y oro y está con él. Y los dos están en paz.
FIN.
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Agradecimiento de la autora. Cartas a un amor perdido, Iona Grey.
AGRADECIMIENTOS Son muchas las personas que han ayudado a Cartas a un amor perdido en su viaje desde mi cabeza a la página impresa y a quienes debo agradecer su entusiasmo y su apoyo mientras lo escribía.
Mis agradecimientos a Iona Grey, Esta historia se ha convertido en mis favoritas. Muchas Gracias Por tan bellísima historia, Iona. G.
Lectores queridos Les recomiendo leer la historia original y saber más de la historia de Jess y Will ya que me enfoqué más en Candy y Terry. Y como siempre miles y millones de Gracias...
(JillValentine).
Gracias miles y millones
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A UN PASO DE PERDERTE
RomanceUnirse en matrimonio en tiempos de guerra es difícil, pero es más difícil descubrir que tus sueños se derrumban el primer día de casados. Pero entonces Candy conoce el verdadero amor con Terry y sin embargo un abismo lo separa. Él juro amarla toda...