A UN PASO DE PERDERTE 25

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Capítulo 25.

El alivio de Jess se convirtió enseguida en temor cuando miró al hombre y lo reconoció.

—¿Señor Ramsay?

—Perdone que la moleste en el trabajo, pero pasaba por aquí y quería darle esto. Un funcionario del departamento municipal de Inmuebles Vacíos lo trajo ayer. Dejó una llave en el mostrador. Jess la cogió y la sostuvo en la mano. Parecía muy pequeña, considerando todo lo que representaba. Se esforzó por parecer contenta.

—Gracias, es muy amable por su parte traérmela. ¿Significa esto que ya puedo entrar en la casa?

—Desde luego. Han vuelto a conectar la electricidad y el gas y la junta de distrito ha hecho una primera limpieza, pero no hace falta que le diga que queda mucho trabajo por delante. Al otro lado del mostrador la mujer con el bolso horroroso estaba hablando en voz alta y muy despacio a Samia.

—La ley de Defensa del Consumidor —le decía como si Samia fuera sorda, tonta, o las dos cosas. Jess apretó la llave contra la palma de la mano notando cómo el metal se calentaba en contacto con la piel.

—Supongo que no… ¿Han sabido algo de Terry?

—Pues sí. —La sonrisa del señor Ramsay avivó la esperanza en la boca del estómago de Jess—. Esta mañana tenía un mensaje del señor Goldberg en el contestador. Me llamó antes de salir del despacho anoche, o sea, más o menos a las diez de aquí, para decirme que el señor GrandChester estaba consciente y hablando. Ante el grito de emoción de Jess, cuando la vio inclinarse sobre el mostrador y echarle los brazos al cuello al señor Ramsay.

—¿Está hablando? Entonces, ¿lo sabe? ¿Sabe lo de Candy?

—Pues claro que lo sabe —dijo el señor Ramsay lacónico mientras se colocaba bien las gafas después de que Jess lo soltara—. Al parecer está intentando mover unos cuantos hilos y pidiendo favores para conseguir plaza en un vuelo a Londres.

—Su sonrisa decayó un poco—. Pero no está lo bastante bien para viajar. Ha pedido irse a casa, así que están arreglándolo todo para trasladarlo lo antes posible, seguramente mañana o el viernes. Pero no se haga demasiadas ilusiones, Jess. Puede parecer que está mejor, pero el señor Goldberg dice que podría ser justo lo contrario. No es raro que las personas… experimenten una mejoría cuando el final está cerca.

—Lo entiendo. —Jess se mordió el labio y contuvo las lágrimas—. Pero es como… No sé, como un regalo. Nos han regalado tiempo y no debemos desperdiciarlo. Gracias, señor Ramsay. Gracias por informarme.

—De nada. No dude en ponerse en contacto si podemos ayudar en algo más.
—Cuando se volvía para irse. Se volvió, le guiñó un ojo a Jess y salió.

Era viernes por la noche y estaban en la casa, con las puertas y las ventanas abiertas para que el aire perfumado de verde fluyera y secara las paredes y superficies y la pintura recién fregadas. Will había pasado allí el día entero y también el anterior, sacando basura, barriendo telarañas y limpiando el jardín de maleza en preparación para el día siguiente, cuando llegara Candy.

Jess dejó el portátil abierto, se levantó del sofá deformado y fue a la parte de atrás de la casa. Por la puerta abierta oía la voz de Will, el ritmo pausado de sus palabras sincronizadas con el movimiento del hacha. O del hacha de Albert Greaves, para ser precisos, y Albert estaba sentado en una silla de cocina junto a la puerta trasera con un codo apoyado en su bastón y una lata de cerveza en la mano, supervisando la tarea. Ambos levantaron la vista cuando salió. Will se enderezó y dejó caer el hacha a uno de los lados del cuerpo.

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