A UN PASO DE PERDERTE 1

611 34 5
                                    

Capítulo 1.

Londres, febrero 1 de 2011

Era una zona agradable de Londres. Respetable. Acomodada. Las tiendas que se sucedían en la calle del centro con aspecto de pueblo pequeño estaban cerradas y con las persianas metálicas bajadas y había restaurantes —muchos restaurantes— con escaparates iluminados como grandes pantallas de televisión que dejaban ver a las personas en su interior. Personas demasiado educadas para volverse y mirar boquiabiertas a la chica que corría por la calle.

No corría para hacer deporte vestida de licra, con auriculares y expresión concentrada, sino torpe, desesperadamente, con la minifalda subida hasta las bragas y los pies desnudos pisando los charcos grasientos del suelo. Se había quitado esos zapatos absurdos en cuanto salió del pub, consciente de que no podría correr con ellos puestos.

Tacones de aguja y plataforma, el equivalente del siglo XXI a la bola de hierro y los grilletes. En la esquina vaciló, jadeante. Al otro extremo de la calle había una hilera de tiendas con un callejón a un lado; a su espalda oía un fuerte eco de pisadas.

Echó a correr de nuevo en busca de oscuridad. Había un jardín trasero con cubos de basura. Una luz de seguridad estalló sobre su cabeza iluminando cristales rotos y maleza al otro lado de una puerta alta de madera.

La cruzó haciendo muecas de dolor y gimoteando cuando el suelo bajo sus pies pasó de duro asfalto a tierra húmeda que le terminó de calar las medias ya mojadas. Más adelante vio el destello de una farola. Era un punto como cualquier otro hacia el que dirigirse; apartó ramas y salió a una calle estrecha. Estaba flanqueada a un lado por garajes y traseras de casas, y a otro por una hilera de viviendas adosadas. Se giró con el corazón desbocado. Si la seguía hasta allí no tendría donde esconderse. Nadie lo vería. Las ventanas de las casas resplandecían detrás de cortinas echadas como párpados cerrados. Por un momento contempló la posibilidad de llamar a la puerta de una de las viviendas adosadas y ponerse a merced de sus habitantes, pero pensó en el aspecto que debía de tener, con el vestido pegado al cuerpo y el maquillaje de salir a escena, así que descartó la idea y siguió avanzando a trompicones.

La última casa estaba a oscuras. Cuando se acercó pudo ver que el jardín delantero estaba cubierto de broza y descuidado, con maleza trepando por la descascarillada puerta principal y un bosque de arbustos invadiéndola desde un lateral. Las ventanas estaban desnudas y negras y engulleron su reflejo con sus cristales recubiertos de mugre. Oyó de nuevo el eco de pies corriendo, acercándose. ¿Y si hubiera puesto a los demás también a buscarla? ¿Y si venían en dirección contraria, la rodeaban y la dejaban sin escapatoria?

Durante un instante se quedó paralizada y a continuación la descarga de adrenalina, caliente y afilada como un aguijón, la puso de nuevo en movimiento. Puesto que no tenía adónde ir, se deslizó por el lateral de la última casa, entre la pared y la maraña de follaje. El pánico la impulsaba a avanzar, tropezando con ramas y aspirando un hedor animal y desconocido que le dio arcadas.

Algo salió disparado de un seto a sus pies, tan cerca que un pelaje áspero le rozó brevemente la piel. Reculó y tropezó. Se le torció un tobillo y una punzada de dolor agudo le subió por la pierna. Se sentó en la tierra húmeda y se sujetó con fuerza el tobillo, como si así pudiera obligar al dolor a regresar por donde había venido. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero en ese momento oyó pisadas y un grito furioso y solitario procedente de la parte delantera de la casa. Apretó los dientes y se imaginó a Dodge bajo la luz de la farola, las manos en las caderas mientras se volvía buscándola a un lado y a otro, con esa expresión beligerante tan particular suya —la mandíbula hacia fuera, los ojos entrecerrados— que adoptaba cuando algo no salía como él quería.

A UN PASO DE PERDERTE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora