Capítulo 20.Año 2011.
Candice Andley. Will escribió las palabras en el recuadro de la pantalla y le dio al «intro», luego esperó a que su portátil barato e imprevisible las digiriera. No era, como habría dicho Ansell, el nombre idóneo con el que trabajar; no era lo bastante inusual y tenía varias ortografías posibles. Pero al menos era algo. La información necesaria para encontrar a la muchacha de la que se había enamorado el segundo teniente Terrence GrandChester en 1943 estaba en alguna parte: solo hacía falta saber dónde buscar, la paciencia necesaria para estudiar las distintas posibilidades y algunas dotes de adivinación y de pensamiento lateral. Ah, y también un incentivo para todo lo anterior, que en este caso tenía el nombre de Jess Moran. Se daba cuenta de cuánto significaba aquello para ella. Encerrada en esa casa olvidada, escondiéndose del cabrón de su jefe, Will entendía que se hubiera dejado seducir por la historia de Terry y Candy y que estuviera desesperada por hacer posible su final feliz. Los problemas de otros —en especial si se trata de personas que te llevan medio siglo—siempre parecen más fáciles de abordar que los propios. Y desde luego Jess debía de tener unos cuantos. Will no era ajeno ni a la soledad ni al aislamiento, pero solo de imaginar por lo que había tenido que pasar la joven se le encogía el corazón. También le servía para poner sus problemas en perspectiva y reforzaba su determinación de recuperar las riendas de su vida.
Era domingo, lo que por lo general equivalía a quedarse en la cama hasta mediodía. En la pantalla, el disco fatídico seguía girando, así que se concentró en la libreta tamaño folio que tenía a su lado. En Ansell Blake el punto de partida era siempre un certificado de defunción. De él obtenían toda la información: fecha de nacimiento, lugar de la muerte, el nombre del solicitante (que era probable que hubiera conocido a la persona fallecida y por tanto era una buena fuente de información adicional), el nombre de soltera de una mujer casada. Proporcionaba unos cuantos datos básicos: semillas secas de las que podían brotar, si se regaban apropiadamente, yemas y raíces. Pero esta búsqueda era distinta. Vacilante al principio y luego con creciente confianza, escribió los datos que sabía. Candice Andley. Casada con Charles Andley, pastor (¿ Iglesia anglicana?) King’s Oak, norte de Londres, capellán del ejército en algún momento antes de 1943. Nacida... Se detuvo e hizo cálculos. Había sido lo bastante joven durante los años de la guerra para enamorarse de un aviador estadounidense —cuyas edades oscilaban entre los diecimuchos y veintimuchos años—, lo que hacía pensar que ella estaría también en esa franja de edad. Nacida: ¿¿¿ 1913 –1925???
La pantalla de su portátil se iluminó y mostró los resultados de la búsqueda. En total, mil ochocientos setenta y cuatro. Usando las fechas que había calculado, afinó la búsqueda, pero seguía habiendo ciento treinta y siete Candice Andley con maridos llamados Charles. Los archivos en línea siempre eran exasperantemente generales, abarcaban todas las combinaciones y variaciones de nombre posibles. Sin saber su nombre de soltera ni la fecha o el lugar exactos de la boda, era imposible saber quién podía ser el amor de la vida de Terrence. GrandChester. Tomó aire y lo exhaló despacio con la mirada fija en el ordenador y los pensamientos girando en vano dentro de la cabeza, igual que el círculo de la pantalla. Existía la posibilidad de que Candice se hubiera casado en King’s Oak, en la iglesia en la que era ministro Charles, pero para comprobarlo tendría que concertar una cita con el párroco actual y consultar el libro parroquial. Y ¿cuándo podría hacer eso? En domingo no, desde luego. Hizo el pacto consigo mismo de no volver al hospital a visitar a Jess hasta que tuviera algo concreto que contarle, algo de información que sirviera para impulsar la investigación. La impaciencia y la irritación le habían puesto los nervios de punta, como si fueran cables eléctricos, así que se levantó del sofá y fue hasta la ventana (un desplazamiento que habría sido extremadamente peligroso antes de la ofensiva de limpieza de aquella mañana). La información estaba en alguna parte, solo tenía que encontrar la manera de llegar hasta ella. Fue a la cocina a poner más agua a hervir para hacerse otro café, estaba pensando en que pasaba demasiado tiempo en compañía de Ansell el Asno cuando se le ocurrió algo.
Dejó el agua hirviendo ruidosamente y volvió al cuarto de estar. Al igual que la de muchas mujeres de su tiempo, la vida de Candice podía haber transcurrido anónima en su mayor parte, pero Will estaba seguro de que la de su marido no. Escribió Barnard Castle Segunda Guerra Mundial en el recuadro de búsqueda. Era el lugar que Terrence GrandChester había mencionado en su carta, ese lugar lejano al que habían destinado al reverendo Charles Andley. Averiguar lo que había sido de él podía ser un buen principio para averiguar lo que había sido de su esposa. Con languidez exasperante, aparecieron en la pantalla una serie de resultados. Will hizo clic en el primero y descubrió que el 54. º Regimiento de Instrucción de la Real Armada Británica había estado acuartelado en Barnard Castle. Algunas búsquedas más por los callejones laberínticos de foros de aficionados lo condujeron al libro de registro del Regimiento de Tanques en que había servido Charles Andley, digitalizado y subido a la red por un aficionado a los tanques de lo más servicial.
Y allí estaba. Reverendo Charles Andley, capellán de las Fuerzas Armadas, 4. ª clase. Se unió al regimiento en junio de 1943, embarcó rumbo a Italia en Glasgow el 29 de julio, llegó a Nápoles el 8 de agosto. Herido el 22 de enero de 1944, enviado a casa en el buque-hospital número 12, que llegó a Southampton el 3 de febrero. Había otro enlace, esta vez a un documento. Will hizo clic en él y se encontró con un facsímil en miniatura de un informe médico. La letra era, como cabía esperar, ilegible, pero después de ampliar la imagen al máximo pudo descifrar lo que decía. «Accidente en vehículo. Traumatismo severo en mitad superior del brazo izquierdo. Amputación transhumeral».
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A UN PASO DE PERDERTE
Roman d'amourUnirse en matrimonio en tiempos de guerra es difícil, pero es más difícil descubrir que tus sueños se derrumban el primer día de casados. Pero entonces Candy conoce el verdadero amor con Terry y sin embargo un abismo lo separa. Él juro amarla toda...