Capitulo 22.
Las píldoras en la palma de la mano de Candy eran como bombas en miniatura. Dos.
Cerró los ojos con fuerza un segundo y volvió a mirarlas. Sí, eran dos. No había duda, y no se las había tomado aún aquella mañana. ¿O sí?— Martes.
Dijo el nombre del día en voz alta para fijarlo en su memoria, a continuación se metió las píldoras en la boca y bebió agua. Pasaría una hora antes de que su efecto mágico se dejara sentir por completo, pero ya estaba más tranquila solo de saber que pronto las aristas pronunciadas del día empezarían a desdibujarse y las preguntas que se perseguían las unas a las otras sin descanso dentro de su cabeza dejarían de ser apremiantes.
No sabía qué haría sin las pastillas.Desde el día de la feria (la feria aciaga, como la llamaba mentalmente, cuando las pastillas conferían a sus pensamientos esa cálida fluidez) las cosas habían ido muy mal, pero el doctor Walsh había resultado ser un aliado inesperado. «Tiempos difíciles, querida, tiempos difíciles. Esto la ayudará», había dicho con amabilidad mientras la punta de su pluma estilográfica arañaba el papel. Después de la frialdad con que la habían tratado Ada, Marjorie y el resto de las vecinas, Candy se había sentido asombrada y agradecida.
De no haber sido por Daesy, se habría rendido. A menudo, durante las noches febriles e insomnes se sorprendía preguntándose cuál sería la manera más rápida, indolora y limpia de terminar con todo. Esas eran algunas de las preguntas que circulaban sin fin por los caminos de su cerebro igual que un tren eléctrico. Pero entonces se acordaba de que había renunciado a su futuro con Terry por quedarse con Daesy y empezaba una nueva serie de preguntas: ¿cómo iba a sobrevivir cada día del resto de su vida sin él? Antes había tenido el consuelo de la imaginación para sostenerla. Aunque temía que estuviera muerto, había sido capaz de seguir adelante a base de esperanza y de preguntas que empezaban por «¿ Y si…?» Si volviera sano y salvo, todo se solucionaría. Pero había vuelto; el destino o Dios o su valor y determinación lo habían traído de vuelta y era ella la que había tañido el toque de difuntos de su futuro juntos. Cada vez que se acordaba, el pánico se apoderaba de ella y se le aceleraba el pulso. ¿Era demasiado tarde para cambiar de opinión?
Llamó a la puerta del estudio de Charles. Este no se volvió cuando entró Candy, pero hasta la parte posterior de su cabeza parecía irradiar desaprobación.
—Voy a hacer la compra con Daesy.—Su voz sonaba rara, ahogada y con eco, como si estuviera debajo del agua—. ¿Necesitas algo?
—No, gracias.—Charles se volvió y la miró con frialdad por encima de las gafas—. ¿Tienes que llevarte a Daesy? ¿No es la hora de su siesta? El doctor Walsh ha dicho muchas veces lo importante que es que tenga una rutina. Nunca se acostumbrará, si no dejas de llevártela de un lado a otro como…, como a una muñeca.
—Se dormirá en el cochecito. Está a punto de caer ahora mismo. El doctor Walsh también dijo que era importante que le diera el aire, y hace un día precioso… Se le quebró la voz, exhausta por el esfuerzo de componer una frase entera.
Charles soltó un pequeño gruñido de impaciencia, o quizá de contrariedad.
—Muy bien. Hace mucho calor, asegúrate de sacar la capota del cochecito.
Era evidente que la quería fuera de la habitación, así que Candy salió y cerró la puerta.
Desde la feria Charles había perdido todo entusiasmo por hacer el papel de amante esposo. Había dejado de pedirle que le ayudara en las pequeñas cosas que no podía hacer solo y en lugar de ello recurría a Ada y al doctor Walsh. Había llegado a la vicaría un nuevo coadjutor, un joven dispuesto llamado Owen o Ewan que se había convertido, enseguida y casi literalmente, en la mano derecha de Charles.

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A UN PASO DE PERDERTE
RomanceUnirse en matrimonio en tiempos de guerra es difícil, pero es más difícil descubrir que tus sueños se derrumban el primer día de casados. Pero entonces Candy conoce el verdadero amor con Terry y sin embargo un abismo lo separa. Él juro amarla toda...