Capítulo 9

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Salí de la casa y subí al auto de Alessandro.

—¿Qué haces aquí? –pregunté al ver que era Athan y no Alessandro quien conducía.

—¿Alessandro no te dijo que te venía a buscar? –preguntó confundido.

—No, incluso me llamó y me dijo que ya estaba afuera.

Se encogió de hombros.— de todas formas vamos para el mismo destino –dió marcha al coche.— así que ya que.

El transcurso del camino fue tranquilo, Athan no dijo nada ni yo tampoco, no se sentía ese aire de incomodidad.

—Entonces –rompió el silencio.— tú y Alessandro están juntos.

Fruncí el ceño.— ¿cómo que juntos? ¿Qué te dijo el?

—Pregúntaselo a él mismo, ya llegamos.

—¿Qué? ¿Tan rápido?

—Para ti fue rápido porque te pasaste todo el camino con la mente en las nubes –salió del auto.

Imité su acción y rodeé el coche para buscarlo, pero Athan no estaba por ningún lado.

—¿Por qué tan sola, moonshine? –habló con sensualidad en mí odio.

Estuve a punto de hablar cuando fui interrumpida.

—Alessandro, que gusto verte –habló una chica.

En el momento que vi que ella lo abrazó casi me le lanzo encima para quitar sus garras de mi hombre, esperen... ¿mi hombre?

—Tranquila chica, Alessandro y yo solo somos amigos.

—¿Qué? –la miré confundida.

—En todos los años que tengo en este mundo jamás me habían mirado de esa forma.

—¿Cómo?

—Con ganas de arrancarme la cabeza.

Sacudí la cabeza.— lo siento yo...–me interrumpió.

—Descuida, es el universo haciendo de las suyas –me miró como si me estuviera contando un secreto.— soy Danae –me dió la mano.

—Es un gusto, yo soy... –me interrumpió.

—Artemisa, diosa de la naturaleza, la Luna y la caza... y la virginidad –al decir esto último miró a Alessandro como si supiera algo que yo no.— es un hermoso nombre, nos vemos luego –se despidió y se perdió entre la gente.

—¿Qué demonios fue eso? –pregunté.

—Discúlpala, es un poco rara.

—¿Cómo sabía mi nombre?

—Le había hablado de ti –lo miré.

—¿Por qué?

—Porque eres mi chica, de hecho todos los que están aquí saben que eres mía.

Me estrujé la frente en señal de frustración.

—No tenemos ni una semana conociéndonos y ya lo sabe medio pueblo, ¡Dios mío! –exclamé cuando la realización me golpeó.

—¿Y eso qué? No tiene que ver con el tiempo que tenemos, sino con lo que sentimos –me miró a los ojos.— y no vengas a negarme que no sientes ese calor en el pecho cada vez que me besas –demonios, dió en el clavo.— perdona si me apresuré, es solo que quiero que sepan que estás conmigo.

—¿Por qué? –¿por qué esa necesidad?

Suspiró.— es algo muy difícil de complicar...–se veía abrumado.

ChalcedonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora